miércoles, 2 de junio de 2010

Momentos

Esta tarde, mientras los ojos se me entrecerraban con la placentera banda sonora que el silencio nos proporciona al mediodía, me ha dado por mirar fotos antiguas. Fotos que congelaban, inmortalizaban, momentos vividos, felices a veces, no tanto otras muchas. Sonrisas fingidas, ojos desangelados, vida plastificada. Las fotos actúan como una suerte de interruptor en nuestro cerebro y muchas veces son el tipex de nuestra memoria. Ya sabéis lo que dicen: "la tinta más pobre de color vale más que la mejor memoria".

Aún así, me gusta pensar que las fotografías no son reales. No sales tú en ellas, tampoco salgo yo. Sale lo que una vez fuimos, lo que en ese mismo instante éramos. Podríamos repetir mil veces la misma instantánea y nunca saldría igual. Ese momento es único, irrepetible, mágico en cierta medida, aterrador en parte ya que nos hace darnos cuenta de la volatilidad extrema del tiempo, tomamos conciencia de que cada instante, por más mínimo que sea, es único, que los momentos vividos no volverán y que las emociones no son reciclables.

Me aterra pensar que nuestra vida es una concatenación casi infinita de momentos, como si fueran frames de una película. Me horroriza que mis emociones quedan retenidas en esos cuadros, y que a cada instante se modulan, evolucionan o involucionan. Sólo cambian, en definitiva. Y mañana, al despertar, no podré decir que soy el mismo que ahora está escribiendo, algo habrá cambiado, por mínimo que sea. Odio pensar que, cuando quiera, no podré retener esas emociones, no podré alargar el momento. Será como coger agua con las manos y dejar que, lentamente, acaricie tus dedos y se esfume, para no volver a sentirla nunca más, nunca de esa manera. Intentaré recrearlo con la memoria, como lo intento con tantas otras cosas, pero sólo será una versión edulcorada, manipulada, falsa, distante de la realidad. Esa realidad que sólo existió en ese momento.

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