lunes, 28 de febrero de 2011

Revés

Los minutos pasaban y el dulce néctar del sueño iba calando en mi cuerpo, haciendo especial efecto en los ojos. Quería permanecer consciente, agarrado con la punta de los dedos al último filo de voluntad que me quedaba a esas horas. Los ojos abiertos me garantizaban cierto control. Pero era tan difícil mantenerlos... Y sabía que en el instante en el que los cerrara llegaría, como una tormenta en agosto, la verdadera realidad, la que no quería ver. Mi resistencia se agotó pronto.

Y ahí estaba. Cómo no. 

En la inconsciencia salen todos los deseos, temores, todo aquello que escondemos en un rincón por miedo a que nos sobrepase y nos impida estar dónde debemos estar cuando estamos despiertos. Ella simbolizaba todo eso y sus imágenes se deslizaban en mi mente como si fuera un pase de diapositivas. En ellas se veía cada sonrisa, cada gesto - esos gestos que había ya memorizado, que podría identificar entre mil personas -, cada movimiento, la forma que su cara adoptaba cuando reía - ¡cómo adoraba la expresión que cogía su cara cuando reía, cómo me encantaba hacerla reír con cualquier tontería! -, incluso escuchaba su voz como un eco lejano (¿los hay de otro tipo?), esa voz que había acompañado todos mis mejores momentos desde hace ya tiempo - quizá demasiado - , que había secuestrado mi felicidad para dármela en pequeñas e inolvidables dosis. 

Me descubrí recordando cada instante, cada fotograma, cada recuerdo que pude acumular en los que salía. Estos meses habían sido un carrusel de emociones, una noria, momentos de caída libre y otros en los que podía ver por encima a las nubes. Y todo girando alrededor del mismo eje. Un eje del que nunca - ni ahora, ni creo que en un futuro - me he cansado, del que siempre he querido más, más, más. Sólo más. Sólo un segundo más, una vuelta más. Su sonrisa una vez más, ver cómo se aparta el pelo de la cara, cómo curva sus ojos al reír, su risa... Otra vez. Sólo una. Y después...

Otra.

Hace unas noches intenté tomar la decisión más difícil que recuerdo haber hecho recientemente. Renunciar a todo lo que deseo, a todo lo que realmente quiero, a mi felicidad, a mis sueños. Asegurarme unos meses de mierda, de oscuridad, de sonrisas fingidas y noches en vela. Una decisión cobarde, infeliz, indirecta. Todo por intentar ahorrar momentos incómodos, palabras que huyen, negaciones innecesarias. Por intentar evitar que esa sonrisa que ha iluminado cada día de mi vida se marchara. Y todo sale del revés. 

¡Es increíble! 

Cómo puedes desear con hasta la última de tus fuerzas que algo salga bien y no lo haga nunca. Cómo puedes tener todo preparado para exteriorizar lo que sientes de la manera más perfecta posible y que una decisión ajena a última hora lo evite. Cómo conseguir cagar, una y otra vez, lo único que quieres que permanezca en tu vida cada mañana, cada noche, en cada sueño. Cómo dejar escapar aquello que te hace respirar. ¡Cómo! ¡Tantas veces!

Y, después de tres o cuatro noches, ya no sé ni contar, sigo en el punto de partida, agradeciendo que no haya más casillas para tirar hacia atrás. Protagonista absoluta de mi mente, que se niega con toda su fuerza a que desaparezca. Y ya no sé qué hacer. 

Puta mierda de impotencia. 

domingo, 27 de febrero de 2011

Guerreando

Con la situación actual del mundo no es del todo descabellado pensar que en un futuro cercano podría haber alguna guerra. Por el petróleo, gas o porque ya no tenemos queso con el que hacer hacer bocadillos. Las razones pueden ser miles. Pero, dejando de lado eso, ¿sabes quién tendría que ir a la guerra, verdad? Nosotros. Tú y yo. ¿El ejército? Eso es para tiempos de paz. Cuando hay problemas todos los gobiernos envían a todos los machotes: los que tenemos blogs, poetas, gente de Facebook, artistas... ¿Os imagináis una guerra así?

Yo sí.

Aprovechando nuestras habilidades en el mundo 2.0, podríamos hacernos amigos en Facebook de nuestros enemigos. Total, ¿quién tiene amigos de verdad en el Facebook? Así podríamos enterarnos de sus planes y sus amigos en común, para destapar conspiraciones. Si un ruso es amigo de un armenio, hay que conquistar Armenia. Tiene su margen de error también, ya que el armenio podría ver en el Facebook del ruso que nosotros también somos sus amigos, pero es una posibilidad mínima. 

Desde el Facebook del enemigo podríamos ver sus eventos, como "Atacar" a las 7 de la tarde. Ahí estaría quién atacaría, los cobardes que no asistirán y los indecisos que tienen a la novia embarazada en casa y una foto de ella en el móvil (las carteras ya no se llevan). Sabiendo a qué hora es su plan ya sabemos a qué hora debemos dejar nosotros de jugar al FIFA en las trincheras. Además, el FIFA servirá como método de preservación del macho alfa: el ganador del torneo deberá mantenerse lejos de las trincheras para que pueda tener hijos y las futuras generaciones sepan jugar a fútbol.

No obstante, como no sólo de Facebook vive el 2.0, también utilizaríamos Twitter para confundir. Creando un hashtag llamado #losdeenfrentenosrendimos daríamos a entender, sutilmente, que nos hemos acobardado y que damos la guerra por perdida. Cuando los enemigos salieran a celebrarlo, cogeríamos nuestras pistolas de paintball y les dispararíamos a medio metro, que duele más, y con pintura roja, para que todo sea más real. Twitter es el arma definitiva para vencer a la guerra.

Pero si aún así no podemos derrotar al rival con Twitter y Facebook, aún nos queda confiar en los usuarios de Formspring de la línea enemiga. Desde la trinchera podríamos preguntar con el móvil - anónimamente, claro - a alguno de ellos cuándo, cómo y desde dónde atacarán. Si son educados, que tienen que serlo, contestarán y podremos contrarrestar su ataque y hacernos con la victoria definitiva. 

Y, para celebrarlo, un FIFA. 

sábado, 26 de febrero de 2011

D

Noté que estaba sonriendo y me sorprendí por ello. Levanté levemente la cabeza para ver la hora. Aún no eran las 9. Al bajar la mirada mis ojos se cruzaron con los del hombre que tenía justo enfrente, que mantenía una cara mezcla de cansancio mezcla de sorpresa. No esperas ver sonreír a nadie mientras se ejercita en una máquina de un gimnasio. Los recuerdos pueden ir y volver a cualquier hora, en cualquier circunstancia, bajo cualquier techo, incluso en condiciones de poco oxígeno. 

Incluso el último día.

Horas antes, otras imágenes sin cambiar de protagonista secuestraban mi cabeza y jugaban conmigo. Reconstruir escenas pasadas en el futuro es una tortura que debería estar prohibida. El pasado es subjetivo, el futuro no existe, el presente es efímero. Ahora quizá todo es más fácil de ver. En ese instante, aún con el síndrome de Estocolmo, creí entender del murmullo de alrededor el título de una película: 'La vida es bella'. Bajé la mirada hacia la mesa y negué levemente con la cabeza, mientras se me escapaba una media sonrisa. "Casi", pensé. Casi. 

La vida es ella. 

La noche acabó de arrojar luz sobre el asunto, dejando al descubierto todas las mentiras con las que durante meses conviví, dormí y soñé. Las que estuvieron conmigo incesantemente desde que esta historia de un sólo actor con demasiadas personalidades comenzó. Todas cayeron. Una detrás de otra. Incluso creí escuchar el ruido de su derrumbe en mi cabeza, como si estuvieran hechas de hormigón armado. Sólo la verdad podía acabar con ellas. Ya no había excusas. Ya no había 'y si' posibles. Todos se escondieron entre los escombros de sueños y recuerdos de dudosa credibilidad. 

Era el fin.

"No todo sale como queremos" o "no podemos tener todo lo que deseamos" resonaban en el vacío de mi mente, despoblada de todo lo que solía vivir ahí minutos antes. Y adquirían sentido, mágicamente, de la más estricta nada. El silencio - ¡esos silencios! - era más significativo que nunca. La punzada en el corazón, inevitable, como en todas las despedidas. La melancolía al pensar que su sonrisa - ¡cómo me gustaba verla sonreír! - no podría volver a significar lo mismo. 

Y, sin embargo, sentí cierto alivio. Ninguna historia es completa sin un desenlace. Nadie deja una trama antes del final. Mi mente se aferraba a eso, a la intriga de un final incierto, a un último giro del argumento, a un final feliz y completo. Perfecto. Como en las películas. Ahora ya se dejará de rodar en mis sueños, podrá volver la realidad al casting y comenzará una nueva película. Otra más. No sé cuándo comenzará, quién actuará y cómo acabará, pero ahora eso no importa.

"Tiempo". Pues eso. 

Libre

A veces sólo son necesarias unas palabras, una pequeña conversación con el sol ya durmiendo, para salir de una situación en la que ya llevabas - demasiado - tiempo estancado. Palabras que te tranquilizan, apagan las voces de tu cabeza y ponen a hibernar al lado más imaginativo.

Palabras que te hacen libre.

¡No sabes cuánto lo necesitaba!

domingo, 20 de febrero de 2011

Reto

Algunas gotas empezaron a caer mientras amanecía. El broche perfecto. Amaba tanto correr como la lluvia, además de servir esta como un pequeño respiro al calor que sentía en esos instantes. De todas las cosas que se había propuesto con anterioridad, correr era de la que más orgulloso se sentía. No sólo por el esfuerzo que suponía, sino también por poner su primer tanto a favor en ese marcador tan desfavorable que mantenía - y actualmente mantiene - contra la constancia. Era una victoria tan gratificante como, sinceramente, inesperada.

La lluvia monopolizaba el poco oxígeno que llegaba a su cerebro. Otra de las cosas que adoraba del ejercicio era la niebla intensa que se generaba en sus pensamientos. No podía pensar con claridad, no podía discernir figuras ni problemas, no podía entablar diálogos con su mente, no podía fingir otras voces, ponerse en el sitio de otros, buscar soluciones ni cansarse de estar buscándolas. Su sistema nervioso padecía una desconexión temporal de las funciones superiores, limitándose a permitir la respiración y el movimiento constante de sus extremidades.

No había sitio para nada más. Y eso era perfecto.

El agotamiento comenzó a agudizarse cuando encaró la enésima subida. Sus gemelos emitían protestas en forma de amagos de rampa. Era una señal inequívoca de stop. Notó a su corazón intentando compensar la falta de oxígeno trabajando a un ritmo más rápido, queriendo seguir su paso. Desplazó un par de dedos a su cuello, buscando la carótida. No tuvo problemas para encontrarla. Parecía que todo su cuello estaba latiendo. Intentó contar como le habían enseñado: mediría sus pulsaciones en seis segundos y después multiplicaría el resultado por 10. No se sorprendió demasiado cuando se dio cuenta que no podía mantener la cuenta del tiempo y las pulsaciones por separado, pero por experiencias anteriores podía deducir que estaba por encima de las 180. Quizá más.

Lo que cualquier otro hubiera interpretado como una muy buena excusa para reducir la marcha - o incluso parar - él lo tomó como un reto. Cuando acabara esa subida, podría descansar. No antes. Esa subida representaba todo lo malo que había en su vida y debía vencerla. Él siempre funcionó con pequeños retos, eran técnicas de automotivación para conseguir sus objetivos. Y esa subida no era más que otro estúpido obstáculo en su camino que quería verlo fracasar. Y no podía permitirlo.

Las matemáticas simples - su cerebro no podía darle más en ese momento - lo llevaron a una conclusión empapada de lógica: cuanto más rápido fuera, antes acabaría con ella. Si no subía el ritmo, se eternizaría la subida y acabaría dándose por vencido. Así que intentó mover los pies más rápido, dando zancadas más largas y desobedeciendo completamente a sus molidos gemelos que le proporcionaban ya dolorosos calambres a cada paso. El sudor, mezclado con la fina lluvia que caía, comenzó a entrar en sus ojos, escociendo. Optó por cerrarlos. Sólo debía correr, no hacía falta ver nada. Su corazón, mientras, trazaba una ruta para escapar de su cueva y salir de ese cuerpo que parecía querer acabar con él. La subida parecía no acabar nunca...

Hasta que lo hizo. Notó el final de la pendiente y el ritmo que llevaba en la subida se tornó totalmente inapropiado para el llano, cosa que lo llevó a tropezar y caer con estrépito al frío y húmedo suelo. Por unos segundos, sólo su tórax indicaba que estaba vivo. No tenía fuerzas para moverse, pero lo había conseguido. Había ganado el desafío. Había vencido a sus demonios, esos que encarnaba esa rampa inacabable. Su rostro mostraba una extraña mueca: intentaba sonreír pero a su vez los calambres lo inundaban de dolor.

Cómo volvería a casa en ese estado ya era otra cosa a la que, en ese momento, no tenía ganas ni fuerzas para enfrentarse.

sábado, 19 de febrero de 2011

Ojos

Una de mis películas favoritas es 'El secreto de sus ojos'. Me parece una historia genial, llena de matices y sensaciones, una dosis de genialidad constante que no afloja, sino más bien al contrario, con el paso de los minutos hasta llegar a un final fantástico. Además, tiene un guión sublime con algunas frases que quedan marcadas. Dejo las que más me gustaron:

"Cansado de ser feliz"

"Y ya no sé si es un recuerdo, o el recuerdo de un recuerdo lo que me va quedando"

"Mi vida entera ha sido mirar para adelante. Para atrás no es mi jurisdicción. Me declaro incompetente"

"No piense más. Va a tener mil pasados y ningún futuro"

"¿Cómo se hace para vivir una vida vacía? ¿Cómo se hace para vivir una vida llena de nada?"

"Una persona puede cambiar de nombre, de calle, de cara... Pero hay una cosa que no puede cambiar. No puede cambiar de pasión"

viernes, 18 de febrero de 2011

Caída

Me levanté de la cama tras no dormir. Las horas habían conspirado con los años para pasar lenta y dolorosamente, obligando a cada segundo a eternizarse, de cada pensamiento fugaz una pausada reflexión. No tenía sueño. Quizá tampoco me acordé de él. Lo único que notaba era un entumecimiento extremo, físico y emocional, que no pudo ni reducir la - siempre milagrosa - ducha de agua caliente. No sentía el agua fría. Ni la caliente. 

No sentía nada. Y me pregunto si querría hacerlo. Entonces. Ahora. Mañana.

El día transcurrió entre voces lejanas, casi de otro mundo, sin eco. Olvidadas. Las ondas que se dirigían hacia mí volvían hacia su origen, sin respuesta. Sólo quería tumbarme, no hacía falta que fuera para dormir, hasta que pasara todo, si alguna vez llega a pasar. Sin embargo, ahí me encontraba yo, en una clase. Perdido. Y, en cierta medida, debía estar ahí, como si fuese una especie de castigo personal, como si la parte racional - esa que nunca nos abandona - quisiera regodearse de su victoria mientras buscaba la mejor entonación para bombardearme con el "¿no te lo dije? ¿quién tenía razón?".

La razón siempre acaba teniendo la razón. Me bajó sin paracaídas del cielo y arrastró por la realidad, haciéndomela comer, saborear su amargo gusto para que nunca, nunca más se me volviera a olvidar quién manda. La imaginación debe volar con cometa, atada en corto, nunca suelta, nunca más lejos de lo que pueda llegar a ver. No importa cuán bien quedaba en mi cabeza, cuán bien estuviera todo preparado, cuán bien estudiado cada detalle y posibilidad. La realidad siempre encuentra un atajo, un camino prohibido, se cuela entre los rincones de la inconsciencia y el deseo. Las cosas, por perfectamente planeadas que estén, no saldrán como en el papel.

Con la boca aún llena de realidad, sólo me queda comenzar de nuevo mi andadura por ese túnel tan conocido ya, en busca de la luz que parece huir cuando creo que la puedo finalmente atrapar. Ahora no veo nada. Me has apagado la luz, esa que nunca encendiste, y ahora debo encontrar la manera de poder crearla por mí mismo. Aunque sea con piedras. Esposado a la realidad, con el deseo volando bajo en la otra mano. Intentando sonreír.

No hay nada más duro que obligarse a sonreír. No hay nada más triste que una sonrisa fingida.

jueves, 10 de febrero de 2011

Without

La banda irlandesa U2 sacó al mercado en el 87 la que se convertiría en una de mis canciones favoritas, 'With or without you'. No sólo por la música, no sólo por lo que noto al escuchar a Bono recitando sus estrofas, sino también por su mensaje. Contigo o sin ti, dualismo eterno, sí o no, infelicidad o infelicidad. Un sentimiento que se repite y se aferra a mis pensamientos, impidiendo que cualquier líquido, experiencia o conversación lo elimine completamente. Vuelve siempre, incansable, renovado, intenso, doloroso. Como todo a lo que representa.

Es increíble cómo en unos pocos minutos todo puede cambiar de la sencillez más extrema a una complejidad desesperante, sin solución. La vida sigue, los días pasan y eso sigue ahí, enquistado, cada vez más profundo e hiriente, inhibiendo cualquier decisión, ya sea la valiente o la cobarde, cambiando prioridades según sonrisas y momentos, acabando con esperanzas con palabras sueltas, derrotando los ánimos en el primer asalto de una batalla que se repite infinitamente.

Y el hartazgo que ello me produce no me impide volver, cada segundo, al punto de partida, a buscar otra sonrisa, otro gesto cómplice, otra esperanza para después yo mismo derrotarme cuando no todo sale como había planeado, cuando falta una palabra o sobra otra, cuando esperas una mirada y recibes un silencio, cuando necesitas el silencio y obtienes estruendo, cuando quieres serlo todo y no consigues ser nada.

Y es que las cosas nunca salen como suceden en tu cabeza. Los deseos se pierden en la eternidad de la indecisión. 

domingo, 6 de febrero de 2011

Destello

"La vida pasa demasiado rápido como para pararse a pensar en ella". Esa idea retumbaba en su mente desde que se levantó y parecía no querer irse. No sabía de dónde provenía, quizá era algo soñado y su subconsciente había rescatado ese mensaje y lo había enviado en una botella hacia la orilla de su conciencia. Sea como fuere, parece que la idea había arraigado y no tenía intenciones de desaparecer.

Siguió caminando mientras el cielo corría más que sus pensamientos. Las nubes se aglomeraban sobre su cabeza e intuyó - supo - que las primeras gotas no tardarían mucho en caer. Se fijó en la poca gente que transitaba la calle a esa hora y notó que no era el único preocupado por una posible tormenta. Miró de nuevo hacia el infinito cada vez más oscuro y se convenció de que si corría quizá podía evitar llegar empapado a casa.

Aplicando sus cálculos, comenzó a correr. La fatiga lo invadió pronto. Debía volver a correr regularmente. Lo apuntaría en su - cada día más larga - lista de cosas por hacer. Alguna gota se deslizaba por sus mejillas, creyó que era la lluvia pero no lograba discernir si era esta o el sudor que se acumulaba en su frente perlada. Miró un instante hacia el cielo y confirmó su primera impresión: había comenzado a llover. La intensidad creció de manera casi exponencial en los próximos instantes, reduciendo su visibilidad al suelo que tenía debajo a cada zancada.

Según sus cálculos, debía estar llegando a casa en esos instantes, así que aceleró la marcha. De pronto, escuchó un sonido intenso muy cerca de él. Se detuvo, miró hacia su izquierda y vio venir un destello. Lo último que recordó fue

Sonó la alarma. Cuando consiguió deshacerse de las sábanas, se dirigió, sonámbulo, a la ducha. Tras el frío inicial, el agua caliente se tornó en una bendición. El sueño comenzaba a evaporarse. Abrió los ojos mientras el agua caía, esperando a que su mente acabara de ponerse a punto, como si de un ordenador recién encendido se tratara. Notó que las primeras palabras circulaban por su mente, formando un embrión de idea, de origen desconocido. Quizá lo había soñado o lo habría visto por la televisión, pero parecía bastante intenso.

"La vida pasa demasiado rápido como para pararse a pensar en ella".

III

Estiró los brazos con pereza. El sueño, el aburrimiento y la inmovilidad habían conspirado para llevarlo hasta ese estado de semiconciencia, en el límite de la existencia. La amarga e insistente picada del deber asistía puntual a su cita, pero su mente divagaba por otros derroteros mientras su boca jugueteaba y mordisqueaba el tapón del bolígrafo. Notaba como la visión se le desenfocaba en el blanco infinito del ordenador, sólo interrumpido por algunas líneas de texto, resultando en un efecto casi hipnótico.

El calor de la sala - que contrastaba con el poderoso frío del exterior - parecía susurrarle al oído que se dejara llevar, que bajara las persianas, que diera libertad a sus agotados párpados. El calmado y constante sonido del motor de la nevera y el silencioso zumbido del ordenador comenzaban a parecer cada vez más lejanos, perdidos en otra dimensión a muchos, demasiados, kilómetros de donde él quería encontrarse. El ennegrecimiento de su campo de visión no era buena señal, y comenzó a sentir como sus párpados comenzaban a descender, acariciando sus ojos inyectados en sangre.

La última energía que le quedaba se fue al intentar volver a abrirlos, casi en un acto reflejo, de rebote. Pero cada vez subían menos y el apagón era más rápido. Más dulce. Esos brazos que estiraba en un principio simulaban ahora la forma de una almohada y se antojaban como la almohada más cómoda del mundo. La gravedad no encontró demasiada resistencia en su cabeza y esta inició su caída, imparable, hasta encontrar sus antebrazos. Los ojos ya completamente cerrados, la conciencia hibernando, el deber aplazado. 

Sonrió.