lunes, 28 de junio de 2010

Asombrado

Hay personas que consiguen hacer de ellas el centro de tu cabeza. No puedes parar de pensar en ellas, recordar esos momentos que compartiste, rememorar palabras, gestos... Y no puedo parar de asombrarme. Sí, me asombra la capacidad que tiene para alegrarme el día apareciendo; me asombra cómo consigue hacerme el tío más feliz del mundo cuando consigo hacerla sonreír; me asombra cómo todo lo que hasta ese momento tenía en la cabeza, se difumina hasta desaparecer totalmente cuando veo esa sonrisa acompañada por esa mirada que tanto me gusta, que me pierde, me nubla, me hace volar; me asombra cómo el hecho de sólo verla me acelera el corazón y cómo cuando habla consigue silenciar todo lo que me rodea, prestando atención solamente a sus palabras.

Y asombrado que está uno, también me odio. Me odio por no ser capaz de hablar más con ella, de pasar más tiempo, incluso de perder las ideas cuando está delante, sin saber qué decir o hacer. Y, aún más, me odio por darme cuenta de todas estas cosas ahora, justo ahora, cuando ya no voy a verla durante un buen tiempo y en un momento en el que la he podido ver instantes, segundos, a todas luces insuficientes pero que se han quedado retenidos en mi memoria y no paran de torturarme y, a la vez, no quiero apartarlos, porque son de ella, con ella, con su mirada y su sonrisa. Y los quiero conmigo.

jueves, 17 de junio de 2010

33

Hacía mucho que la observaba. Conocía a la perfección sus movimientos, sus gestos, sus miradas. Su vida comenzaba y acababa en ella. Cada segundo, cada respiración, cada suspiro tenían su marca, su imagen. En su mirada se reflejaba el deseo de saber su nombre, sus deseos y anhelos, sus preocupaciones. Deseaba saber. Lo único que sabía del cierto era que cada tarde, a la misma hora y en el mismo banco, estaba treinta y tres minutos en ese mismo parque, siempre el mismo tiempo, siempre sus mismas miradas, sus gestos, sus movimientos. Era feliz con poco más de media hora al día viéndola.

Había dejado su trabajo, su familia, su vida. Su día se resumía en ir durante treinta y tres minutos al parque a verla. Nunca había reunido el valor suficiente como para acercarse, dado que alteraría ese bello lienzo, cambiaría la expresión de ese rostro que le había enamorado tiempo atrás. Hasta que se decidió: la tarde siguiente, se acercaría hasta ella, le preguntaría su nombre, su motivo para estar treinta y tres minutos y no más – ni menos – en ese mismo, eterno e infinito banco. Le preguntaría sobre la causa de esa mirada triste y lejana que apuntaba al horizonte. Ese día sería mañana.

Al día siguiente, llegó puntual a su cita con el destino. Ella ya estaba allí. Se acercó, lentamente pero con paso decidido. Nunca antes había estado tan nervioso. Su corazón parecía querer escapar por la boca, sus piernas temblaban pero no se detenían, casi como si una fuerza mayor le guiara. Sin mirarla, se sentó a su lado. Se empapó de su olor, de una fragancia que le evocaba recuerdos que no conseguía atinar. Notó como ella giraba la cabeza. Sus ojos, de un color azul casi transparente, lo inspeccionaban. Poco a poco, se dibujó una sonrisa en su rostro de color porcelanoso. Era la imagen más bella que él había visto nunca. Sintió una paz que lo invadió abruptamente, sin esperarla. Se le olvidaron sus preguntas, se le olvidaron sus motivos, se le olvidó todo. A partir de ese día, diría que nació esa tarde de marzo.

Después de unos segundos que se hicieron eternos, esa cálida sonrisa de ella diluyó todos sus miedos. Le devolvió la sonrisa, desnudó su corazón a quién ya hace tiempo que lo poseía, aunque no lo supiera. Comenzó a vivir de verdad, a apreciar el tiempo mientras lo odiaba por pasar tan extremadamente rápido. Empezó a sonreír. Pasó el mejor mes de su vida. Fue feliz, el más feliz del mundo. No podía más que desear que esos momentos duraran lo máximo posible, que ella estuviera allí hasta el fin de sus días.

Treinta y tres días después de conocerla, se marchó y nunca más la volvió a ver. Despertó en la mañana y su figura ya no estaba plasmada, como si de una huella se tratase, en la cama. Sólo le quedaba su olor, esa fragancia que nunca jamás podría olvidar, esa esencia que lo torturaría hasta sus últimos segundos de vida. Se levantó de la cama, pensando que sería algún tipo de broma o juego, para poco después dar paso a la más profunda desesperación. Ni una nota, ni una pista, ni una huella. Se marchó como si nunca antes hubiera estado.

Pasó el resto de su vida buscándola, poniendo anuncios, haciendo descripciones. Se arrepintió de no haberle hecho fotos. Viajó por todo el mundo, siguiendo cada pista que obtenía. Sólo una excepción: cada año iba el día en que hablaron por primera vez a su parque, a su banco, a la hora de siempre, durante treinta y tres minutos. Lo hizo hasta que murió, a los 66 años, llevándose con él su olor, sus miradas, su sonrisa cálida que le había enseñado a vivir. Murió exactamente 33 años después de que ella desapareciera. Treinta y tres años después de nacer de nuevo, esta vez de verdad. Ése fue el día en que su corazón dejó de latir por última vez, aunque su muerte se produjo el día en que no la vio en la cama al despertarse. Lo último que dijo es que volvería a vivir otra vez sesenta y seis años sólo para volverla a ver aunque fuera un único segundo.

Hace algo más de 30 años, una mujer caminaba por el parque. Se fijó en un chico, el chico, el mismo de siempre, el que iba siempre a la misma hora durante algo más de media hora al mismo banco. Hacía ya tiempo que lo veía, siempre con la mirada perdida en el horizonte y una cara vacía de vida. Para su sorpresa, llegó el día en el cual el chico se levantó y fue hacia otro banco. Se sentó y, al cabo de unos instantes, sonrió. Su rostro se llenó de vida y de color como por arte de magia. Una media hora más tarde, el hombre se levantó y se fue mientras, lentamente, su solitaria silueta se fusionaba con el horizonte.

Nunca más lo volvió a ver.

miércoles, 16 de junio de 2010

Vacío

Se levantó, como siempre, antes de que sonara el despertador. Entre la oscuridad, distinguió vagamente - lo máximo que le dejaba su miopía - los números fluorescentes del reloj. Las 4:33 de la madrugada. Acto seguido, miró hacia su derecha, como siempre hacía. La buscaba. De nuevo, no la encontró. Torció el gesto, se frotó los ojos y se incorporó. Comenzó a ver el mundo más claro cuando se puso las gafas, aunque tampoco había mucho que ver más que la tenue luz de las farolas que iluminaban la solitaria calle que pasaba por debajo de su piso.

Se vistió sin encender la luz para no despertar a Mob, su perro, pero, por enésima vez, no surtió efecto. El pastor alemán acudió a él, lamiéndole las aún desvestidas piernas sin demasiado entusiasmo y con los ojos entrecerrados. Se entretuvo unos instantes acariciando su suave pelo, mientras advirtió en el animal la misma mirada que veía cuando contemplaba un espejo. Esa mirada de pérdida, de tristeza absoluta, de vacío.

Después de dejar dormido a Mob, se puso las bambas y salió a correr. No echó a faltar la sudadera cuando el aire aún frío a esas horas le golpeó los pulmones y le estremeció hasta las entrañas. Se había hecho inmune al dolor. O quizá sería mejor decir que había aprendido a convivir con él. Aunque lo más adecuado sería decir que no lo notaba.

Ya no sentía nada.

Se dirigió, como siempre, al punto donde la había conocido. Hoy llegaba antes de tiempo y aún le sobraban 10 minutos cuando llegó a aquel banco que encaraba al mar, el lugar donde habían comenzado los mejores años de su vida y donde depositaba, día a día, las esperanzas de volver a retomar el timón de un barco que navegaba a la deriva. Le pedía fuerzas a ella, aún sabiendo que no la encontraría, aún sabiendo que ya nunca volvería a ver esa sonrisa que le cambió la vida, aún sabiendo que su felicidad había viajado a dónde quiera que estuviese ella, ya que siempre le había pertenecido.

Cayó de rodillas a la arena, como absorbido por una fuerza mayor, mientras las lágrimas comenzaron a bajar por sus mejillas y caían a la arena aún dura de las mañanas. Apoyó sus dos manos en el suelo y bajó la cabeza, casi como rezando por volverla a ver un segundo más, una sola imagen de ella sonriendo, una mirada suya, un susurro al oído, un reflejo de su pelo. Mientras, se preguntaba si valía la pena una vida donde ella no estuviera. 

Aunque ya sabía la respuesta. Siempre la había sabido.

Evadiendo

Tener poco tiempo hace que quiera perderlo aún más. Seguramente a ti también te pasa: cuánto más tiempo tienes, menos cosas quieres hacer. Eso sí, el día que vas apurado te das cuenta que quieres hacer mil cosas y todas a la vez y, por supuesto, todas mal. Ni estudias, ni trabajas, ni hablas, ni escribes, ni nada de nada. Todo mal, todo con prisas, todo forzado. Sólo por quitarte esas ganas de hacer algo que sabes que no puedes hacer.

Porque al final todo se acaba resumiendo en lo mismo. Nos gusta lo prohibido, nos gusta hacer las cosas que no debemos hacer. ¿Que tenemos que estudiar para un examen? No pasa nada, me pongo a navegar un rato, después escribo, me pongo a leer o incluso me recreo más en hacer la comida. ¡O incluso limpiar! Debo admitir que sólo en los momentos de más pura desesperación temporal se me ocurre limpiar como método de evadir mis responsabilidades para con los estudios. Pero lo he hecho, ¡y lo volvería a hacer!

De hecho, estoy perdiendo el tiempo aquí. Aunque prefiero pensar que es una pequeña inversión por si algún día algún jeque se vuelve loco y me lo edita. ¡Qué lujo sería ir en tren y ver a alguien leyendo mi libro! Iría con gafas de sol, claro, para no ser reconocido, que hay mucho loco suelto. Pero ya me veo en la contraportada, con esa típica cara de contraportada de "qué bueno soy" combinada con un "haz que piensas". Ya veo mi foto. Sólo falta el libro.

¡Verano, prepárate! ¡Vas a ver nacer mi primer libro y, con suerte, el último!

domingo, 13 de junio de 2010

Magia

Las majestuosas vistas presidían la noche. La luz de la luna pasaba a un segundo plano, sin querer robarle protagonismo a la belleza casi mágica de la escena. Ella levantó la mirada levemente y se encontró con su mirada, atenta, cariñosa, enamorada. El cruce de miradas provocó en ambos una leve sonrisa, patrocinada por los nervios. Tanto él como ella estaban seguros de que su corazón podía escucharse en unas cuantas manzanas alrededor. Latía fuerte y rápido, demasiado rápido. ¿Sería normal?

Ella agachó la mirada, mientras su sonrisa no paraba de crecer. Se había puesto roja, estaba segura, y confiaba en que la intimidad lumínica de la noche se aliara con ella. Sin embargo, él se había dado cuenta, y su corazón se aceleró aún más, si eso fuera aún posible, y tuvo la sensación que, más que bombear sangre, su corazón quería escapar, quería encontrar a su homónimo y fundirse en uno. Retando a su corazón a aumentar más el ritmo, se acercó a ella hasta que sus caras prácticamente se acariciaban una a otra, con la ayuda de la brisa fresca que corría esa noche. Alzó su mano derecha hasta la barbilla de ella, y le levantó ligeramente la cara para volver a hacer coincidir las miradas.

"Ei", le dijo. Aunque su corazón no paraba de bombear sangre a un ritmo vertiginoso, su cerebro sólo pudo articular ese breve monosílabo. Tampoco la situación pedía más. Se concentró en la belleza de esa mirada pura, inocente, brillante, cautivadora. Ella movió, casi imperceptiblemente, sus labios, esos que formaban la sonrisa más bella que había visto jamás, y por un momento pensó que iba a decir algo. Pero calló. Bajó la mirada y se le escapó su leve - y maravillosa - risa que rompió el silencio que ejercía de anfitrión de la noche durante unos breves instantes.

Él sonrió, bajó la mirada y la abrazó. Por unos segundos, coordinaron sus respiraciones, que sonaban como una. Los dos notaban el cálido aliento del otro sobre los hombros. Los dos dejaron disipar sus temores en esos suspiros, expulsaron los miedos ayudándose del calor que desprendía la unión de sus cuerpos. Lo que anteriormente eran nervios, se iba tornando en decisión, seguridad, confianza y valor. Sin romper nunca el contacto corporal, los dos, al unísono, como si alguien les hubiera avisado a la vez, separaron lentamente sus cabezas, se miraron durante unas décimas de segundo que parecieron eternas, y volvieron, también lentamente, a acercarse, mientras una fuerza mayor obligaba a sus párpados a cerrarse.

Después, la felicidad. 

Sunset

Las sensaciones nunca son fáciles de explicar. Parten ya de una premisa que podríamos llamar tramposa: todos somos diferentes, todos sentimos de manera diferente. Para más inri, no hay un estándar a la hora de adjetivar, lo que implica que lo que puede ser maravilloso para mí, sea normal para ti.

Miro esta imagen que acompaña a la entrada y me pierdo en ella, en sus detalles, en la calma de ese mar tranquilo, casi podríamos decir medio dormido esperando a que el sol acabe de irse. Pienso en esa barca, la que queda más difuminada por la distancia, y me pregunto si el hombre que aparece en ella será realmente consciente de la belleza de la imagen. No, estoy seguro de que no. Por regla general, no nos daríamos cuenta de la majestuosidad de una situación así hasta que alguien nos enseñara la instantánea de la misma. No sabemos aprovechar el momento. No vemos la belleza en aquello rutinario, aquello que vemos cada día, aquello que tenemos cerca.

También me fijo en ese pájaro que sobrevuela la escena, afortunado por poder presenciar algo así, por poder ver por encima de ese sol que, con la faena cumplida, se dispone a dar paso a la luna, ese almacén de sueños, deseos y esperanzas, esa luna a la que todos queremos mirar acompañados de la persona a la que más queremos, disfrutando ese sobrio brillo que desprende, esa belleza fría, distante, objetiva. Pura, al fin y al cabo.

Y me pregunto dónde estará un sitio así. Y, aún más, si podré verlo contigo.

sábado, 12 de junio de 2010

Inadjetivable

Entrevistando

 Dando mi habitual paseo matutino (que no Matutano) por Facebook, descubro un grupo que me arranca una sonrisa: "Asesinar a alguien e ir actualizando su facebook para que nadie sospeche". Como ex-asesino retirado por problemas de rodilla desde los 18 meses de vida,  no puedo más que decir que es un plan brillante, pero que exige esfuerzo y dedicación. Ya no es como antes.

Las nuevas tecnologías están poniendo en peligro una profesión tan noble como antigua como es la de asesino. Esta gente se gana el pan matando a la gente, una profesión tan digna como cualquier otra, pero ahora se encuentran con inventos como Facebook o Twitter que les obliga a modificar sus hábitos. Fui al sindicato de asesinos el otro día, a interesarme por su situación, y su líder, que no quiso que pusiera aquí su nombre por algún problema con la policía, me concedió esta entrevista:

Yo: Hola, buenos días.

Asesino: Buenos días tenga usted también.

Y: No, no, por favor, túteame, de ex-asesino a asesino. Por cierto, ¿debería preocuparme por el cuchillo con el que me apunta?

A: No hombre no, es un rito de bienvenida. En todo caso deberías preocuparte por saber cuál es el de despedida.

Y: Bueno, comencemos con el tema. ¿Cuál es la situación del gremio en estos momentos? ¿Es tan dura como parece?

A: La cosa está muy mal, muy mal. Echo de menos los tiempos de la Inquisición, en los que tenías trabajo asegurado, la gente por la calle te saludaba, eras respetado... Ahora no, con Zapatero las cosas están cambiando. Te miran mal, te denuncian, dicen que vayamos a la cárcel, ¡a la cárcel! Si sólo hacemos nuestro trabajo, tan digno como puede ser cualquier otro.

Y: ¿Y esto del Facebook, Twitter, Tuenti y otras redes está afectando?

A: Pues imagínate. Ahora tenemos un departamento de juaquers (nota del entrevistador: se refiere a hackers, piratas informáticos) sólo por si nuestras víctimas están en alguna red. Nosotros intentamos que no sea así, pero claro, eso va como va. Si tiene Facebook, por ejemplo, tenemos que conseguir su contraseña y seguir actualizándolo, que se vea que tiene vida. No es fácil.

Y: Mucho estrés, imagino.

A: Puedes contar. Desde el sindicato estamos pagando cada día decenas de terapias, porque los trabajadores están estresados. Esto antes no pasaba, repito. Ahora tenemos que asesinar y encima seguir presentes en las redes, para que nadie sospeche. Además, conlleva el problema de la personalidad de cada víctima.

Y: Claro, el típico problema de saber cómo escribe la gente.

A: Claro. Recuerdo una de las primeras veces que actualizamos un Facebook a una víctima, que pusimos en su estado "Disfrutando de la cálida brisa que proporciona este bonito atardecer" y, a los cinco minutos, se nos llenó de comentarios. Había uno que decía "MiRahhH NEN, meJoRR k esTeS MuerTOh poRQuEh paRa EsCriVVIr asi TIenEshhHhHHHhhhhhH K HaverTe mEtIDOh alGO MUYH GorDoO", otro que decía "Te kitoH del Feisbush, FLiPao, eScriTor de MieRDAJH". Nos dimos cuenta que algo no encajaba, que habíamos hecho algo mal.

Y: ¿Y cómo lo solucionasteis?

A: Pues contestamos "Sí, me han matado. Os quiero. ¡Besos!". Ya no había vuelta atrás. Ahora tenemos un departamento de información, que compartimos con Sálvame, que nos ayuda a buscar en el pasado de la gente para no repetir errores.

Y: Y no será gratis...

A: No, nos sale muy caro. Asesinar nunca ha sido un gran negocio, los que estamos aquí lo hacemos porque nos gusta, nacimos con esta vocación. Pero ahora no es rentable ya, de ninguna manera. Tenemos que hipotecar nuestras casas para poder seguir trabajando. La situación es crítica.

Y: Ya lo veo, ¿algún último comentario?

A: Sólo pedir algo de conciencia social a la gente. Nosotros somos necesarios en este mundo, ejercemos un trabajo antiguo, que era muy respetado. No queremos hacer daño a nadie, sólo queremos trabajar y poder vivir con nuestra familia.

Y: Gracias, perdóname si me emociono, ha sido una entrevista muy dura.

A: Y lo que te queda ahora, que tienes que salir de aquí. ¡Chicos, venid aquí, hay faena!


(Cómo salí de allí no interesa a nadie, por eso no lo pongo).


viernes, 11 de junio de 2010

Imágenes

La inspiración puede venir por muy diversos caminos. Es una diosa caprichosa, que se esconde y que nunca se deja encontrar. Ella es la que te encuentra a ti. Es la que rompe mi muro de ateísmo, la que me hace creer, en ocasiones, que hay algo más, que hay cosas que simplemente se salen del canon de la naturaleza, cosas que no son normales, no pueden serlo, demasiado perfectas, incorruptas, inocentes, como si no pertenecieran realmente a este mundo, que se erigen entre la imperfección dominante y destacan, por unas cosas o por otras, entre todas los demás.

La inspiración más potente puede venir por una simple foto. Te proponía en la anterior entrada que, como parte esencial del blog que eres, también colaboraras enviando algún enlace de alguna imagen que hubieras visto por la red y te hubiera gustado. Mientras la envías, pienso en alguna foto que realmente ejerce como una especie de fuente de inspiración, de deseo de escribir y de plasmar mis sentimientos en este horrible y amado blanco al que me enfrento cada vez que intento crear alguna entrada nueva.

Pero cuando tienes una imagen tan vívida en la cabeza, el blanco deja de ser un problema. Tus dedos se mueven solos, como si fueras una máquina. Comienzas a escribir sin darte cuenta, tus manos se van moviendo vertiginosamente, intentando seguir el ritmo frenético al que tu cabeza las somete. Sonrisas radiantes, llenas de felicidad, de esas que desearías con todas tus fuerzas verlas a cada segundo, de esas que podrían convertir la noche más cerrada en uno de esos días de verano con el cielo azul intenso, sin ninguna nube en el horizonte y con el sol tan grande que parece que vaya a bajar a la tierra. Seguramente fuera esa su intención, bajar y ver más de cerca esa felicidad, esa mirada cálida, despreocupada, feliz, sencillamente fascinante, y hacerla brillar más aún.

Habrás oído decir cientos de veces que una imagen vale más que mil palabras. Hay imágenes a las cuales, ni con más de 1000 palabras, se les hace justicia. Hay imágenes que, sencillamente, parecen de otro lugar, mucho más perfecto que este en el que vivimos tú y yo, un sitio imperfecto, lleno de tristeza, desesperanza, odios y envidias, lo mismo da. Pero viendo algunas instantáneas, logras olvidarte por completo de la imperfección imperante y piensas, ni que sea mientras la miras, que quizá el mundo no esté tan mal si ella puede tener esa sonrisa, esa mirada, y esa luz, incorruptibles, inconfundibles. Inspiradoras.

Propuesta

Me gustaría hacerte una propuesta. Como este blog es tan mío como tuyo (por la simple razón de que sin ti no existiría), quiero que participes de forma más activa. Pensando en qué hacer con el blog, se me ha ocurrido una idea que quiero compartir contigo ya que, al fin y al cabo, somos como una sociedad. Mi idea es que tú, a través de los comentarios de la entrada más reciente, o de la que te dé más rabia, me pases un enlace de alguna imagen que hayas visto y te haya gustado, ya la hayas visto en Google, Facebook, Twitter o dónde sea. Sólo necesito el enlace a esa imagen. A partir de ahí, desarrollaré lo primero que me venga a la cabeza al ver esa imagen.

¿Te gusta la idea?

jueves, 10 de junio de 2010

Coches

 ¿Quién quiere un coche teniendo otros transportes? Vale que el coche te haga más independiente, llegues normalmente antes a todos los sitios y puedas ir a lugares donde, con otros transportes, no podrías ir. Vale, te lo acepto. Pero el coche también tiene importantes inconvenientes que hacen que yo, como mínimo, no me plantee la idea de comprar un coche a corto plazo. Ahora saltará alguien de la Sociedad del Coche (la SdC de toda la vida) e intentará callarme, pero no podrán coartar mi libertad. ¡Fascistas!

Porque sí, aunque no te lo creas, me gusta ir en tren. El tren es como esos chistes de "van un francés, un alemán, un inglés..." pero a lo grande. Va gente de todos los tipos (siempre y cuando cobren menos de 1200€ al mes, claro) y de todas las edades. Es, casi, un estudio sociológico de la clase media (o media baja) de la sociedad. Puedes fijarte siempre en alguien diferente y nunca te aburrirás, descubrirás en cada ocasión detalles nuevos que no habías notado. Siempre hay algo que hacer en el tren, acompañado de gente, en vez de la tristeza y la soledad del coche y la carretera.

Además, ¿qué me dices de esos cruces de miradas que se dan en el tren? Esos 'pequeños enamoramientos' con gente que ni conoces pero con la que mantienes un pulso de miradas que intentas mantener lo máximo posible, llegando a enamorarte, por segundos, de esa mirada fija y penetrante. En el coche, lo máximo que vas a ver es a la persona que esté en el peaje si decides pagar en manual, porque como se te ocurra fijar la mirada en algún otro coche pueden pasar dos cosas: que se crea que le estás retando a una carrera a muerte o que tengas un accidente (aunque, a decir verdad, en la primera opción va incluida la segunda).

Además, ya que has sacado el tema de los peajes, te diré que tener un coche aquí en Catalunya es un poco caro si no eres un apasionado de las curvas o si eres de vómito fácil. Hay peajes cada 100 metros en las autopistas, y se está extendiendo esta práctica. Sólo te diré que saliendo de mi casa, están montando uno. Ahora cada vez que salgamos por la puerta habrá que pagar. Yo me quejé amargamente diciendo "oye, ¡que sólo quiero salir de mi casa!" a lo que el hombre que había dentro me dijo "no haberte comprado un coche..." y yo "¡pero qué coche! ¡Que estoy saliendo por la puerta de casa!". Pero nada, no atendía a razones, así que tuve que salir por la nacional, lo que viene siendo tirarme por la ventana del primer piso, que es más seguro que el 99% de las nacionales del país.

Tampoco podemos olvidar lo que es la gasolina, que cada día está más cara. Esto se viene diciendo desde que yo era pequeño, así que supongo que antes la gasolina sería gratis, porque no para de subir desde hace 10 años. Conozco a gente que acaba vendiendo el coche para pagar la gasolina. "Si es que está todo mú mal" me dicen. Claro, al final se la acaban bebiendo y van corriendo al trabajo. El otro día me encontré a uno que estaba bebiendo gasolina y le dije "¿sale más rentable, no?" y me contestó "aquí donde me ves, gasto medio litro cada 100 kilómetros". Así sale a cuenta.

Y por último, quería hablar de los atascos. Los atascos sacan lo peor de cada uno. Ya hay libros especializados para cuando estás en un atasco, con best-sellers como "Cómo pitar bien" o "101 insultos útiles en un atasco". De hecho, en las apasionantes conexiones televisivas con la DGT ya ponen un +18 en una esquina de las barbaridades que se pueden llegar a oír. Iba caminando un día por la acera, al lado de un atasco (lo más normal, tener una acera y una autopista al salir de casa) y va el típico listo que me dice que "estás desaprovechando el carril rápido" a lo que respondí con una mirada de esas penetrantes y con los ojos entrecerrados. No porque me hubiera ofendido, sino porque me había dejado las lentillas en casa y no veía nada. Pero no me volvieron a molestar más.

Comienzo a creer en el poder de la miopía.

Insuficiencia

Blaise Pascal dijo una vez que "el corazón tiene razones que la razón desconoce". No sé bien bien como funciona el tema de las emociones, más allá de lo puramente científico: recibimos estímulos, los procesamos y ofrecemos una reacción a ellos casi inmediatamente (aunque a veces nos cueste más). También sé que esa sensación de tontería tan bonita (como mínimo desde dentro) que se tiene al estar enamorado, se debe en parte a la secreción de algunas hormonas en niveles diferentes a los que son usuales. El cerebro, ese gran olvidado cuando hablamos de amor, por tanto, es el gran encargado de esa sensación de 'amor', aunque los pinchazos los recibamos en el corazón.

Mi intención no es quitarle la magia al sentimiento, nada más faltaría. Quién soy yo, además, para decirte qué debes sentir o explicarte por qué sientes lo que sientes. Si la sensación de enamoramiento se debe únicamente a estímulos y reacciones químicas, realmente no quiero saberlo, mi concepción romántica del amor se iría al garete. Prefiero seguir siendo ingenuo, soñador, ignorante, 'atontado' si prefieres la palabra. Tiene que haber algo más que la pura y fría química en las relaciones humanas. No puede ser todo tan instintivo. Me niego a creerlo.

Hace tiempo, leí una definición fantástica en la RAE del término amor. Se me ocurrió buscarlo porque, no sé si tú podrás, pero a mí se me hace imposible definirlo, como con muchas otras sensaciones, aunque especialmente ésta. Te copio la definición:
1. m. Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.
 Me pareció, y lo sigue haciendo, una definición maravillosa, teniendo en cuenta que estamos hablando de intentar poner palabras a sensaciones humanas. Me encanta en especial el fragmento en cursiva "partiendo de su propia insuficiencia" seguido de "necesita", y me sorprende, entonces y ahora, que en un diccionario se apele a la necesidad del ser humano de encontrar otro semejante por necesidad sentimental y no reproductiva. Porque, mirándolo fijamente, no nos necesitamos más que para seguir manteniendo viva la especie. 

Evidentemente, lo prefiero así. Lo creo así, además. No he experimentado más felicidad en mi vida que cuando la compartí con alguien en quien pensaba a cada segundo de mi, entonces, completa vida. Ella era la pieza del puzzle que faltaba, la pieza central sin la que no se puede entender el dibujo de mi existencia. Ese dibujo que, ahora, vuelve a estar desfigurado, ininteligible, vacío y sin sentido a pesar de tener todas las otras piezas, algunas encajadas con más fuerza que otras. 
Suelo tener discusiones en las que defiendo que, para ser completos, necesitamos a alguna otra persona a nuestro lado. Me contestan que se puede ser feliz por uno mismo. También podemos caminar con una pierna y levantando la otra, por poner el ejemplo más simple, pero eso no significa que no echemos a faltar la otra extremidad, ésa que nos da equilibrio, fuerza, confianza, serenidad. En mi opinión, sólo aquellas personas que no han experimentado amar y ser amadas pueden comparar la felicidad de uno mismo con la de tener pareja. No hay color. Somos, como dice la magnífica acepción de la RAE, insuficientes por nosotros mismos. Incapaces de encontrar la felicidad. Infelices. 

Pero, como diría el gran Freddy Mercury en la intemporal 'Somebody to love', "I ain't gonna face no defeat".

miércoles, 9 de junio de 2010

Incapaz

Me ocurre algo entre gracioso y triste con los idiomas a la hora de escribir. Yo siempre hablo en castellano, me encanta hacer bromas pero, a la hora de escribir algo mínimamente gracioso, siempre lo hago en catalán. No sé, comienzo a pensar que es algún defecto congénito, que mi madre llevaba tazos dentro en vez de la habilidad de escribir algo gracioso en castellano. Es un tema que me preocupa realmente, hoy en día no puedes escribir algo que no tenga un mínimo de gracia, porque te marginan, te apuntan con el dedo por la calle y dicen "mira, el que sólo hace reir en catalán". Y eso duele.

Contraté a Montilla para que me ayudara con la expresividad de mis textos en castellano, pero no funcionó. Lo más gracioso que pude escribir fue el punto final. No puedo, lo intento pero no lo consigo. Ver algo mío en castellano gracioso es como ver a Falete en una 34: imposible. Como dijo Jesucristo, moriré con esta cruz. Es algo que me marcará de por vida. Soy bipolar lingüístico, tengo que hacerme a la idea. En un idioma me expreso de una manera y en el otro me es imposible. Bah, peor lo tenía Chewbacca.

Elección

Hay sensaciones difíciles de explicar. Hay sensaciones, incluso, difíciles de explicárselas a uno mismo. Cosas tontas, aparentemente sin mucha importancia, detalles que, con el paso del tiempo, adquieren una dimensión desconocida entonces. Mi profesora de matemáticas de primero de carrera dijo una vez: "la vida es una función continua". Todos reímos, aún sonrío al recordarlo. Pero más allá de la parte cómica, encierra una verdad tan terrible como absoluta: la vida está construida punto a punto, detalle a detalle, paso a paso.

Simplificándolo, la vida es como esos libros que todos teníamos en la infancia sobre elegir un camino u otro, con la excepción de que aquí una de las dos opciones no nos lleva - en la mayoría de los casos - a una muerte dolorosa. Pero cada acción que tomamos, hasta la más simple, influye en nuestro devenir. De ahí provienen los eternos 'Y si...' que tanto nos atormentan. A todos nos gustaría volver atrás y coger la píldora roja (o la azul, ya no la recuerdo), rectificar nuestras acciones, tomar el camino alternativo.

Siempre he pensado que si en la vida se pudiera guardar partida, estaríamos todo el día encendiéndonos y apagándonos. Probando cada vez una de las infinitas posibilidades, hasta dar con la que más nos gustara para, acto seguido, volver a guardar. Nos pasaríamos la vida rectificando acciones. No vale la pena. Me gusta vivir en continuo, errar muchas veces, acertar algunas. He llegado hasta aquí gracias a mis decisiones y, francamente, no está tan mal.

Podría ser peor.

Excusas

Esta noche va a ser larga. Tengo la mesa literalmente llena de apuntes y me pregunto dónde voy a comer. Bueno, antes pienso qué voy a comer. Bah, es igual. El caso es que tengo varios temas por delante, el examen es el viernes, tengo una ligerísima idea de la asignatura y me río al pensar en los temas ya estudiados. Gracias a Dios, no sabes cuáles son, así que no puedes preguntarme nada. Pienso en la situación, y se me escapa una sonrisa.

Ahora mismo estoy pensando "¿qué darán en la tele esta noche?". Siempre encuentro algo con lo que perder el tiempo. Sí, soy un verdadero especialista. Tengo motivación fácil y, llegados a este punto, diría que hasta pocas exigencias: cualquier cosa medio interesante puede servir. Sólo algún programa o serie que logre esbozarme una ligera sonrisa o un casi inapreciable fruncimiento de ceño. Algo para tener la mente en blanco, para no pensar en nada más.

Hoy han venido unas amigas y, en broma, he dicho "yo hago descansos de descansar para estudiar un rato". Me he reído al decirlo, pero no podía ser más verdad. Estudio cinco minutos por cada media hora que me paso sin hacer nada, en el mejor de los casos. Qué le voy a hacer, siempre he dicho que las personas no cambian, quizá lo has leído alguna vez por aquí. No voy a dar mal ejemplo yo. Al final del día, todo consiste en encontrar alguna excusa o alguna futura promesa para justificar que no has hecho nada. Un "hoy daban mi programa favorito" (?) o "mañana me despierto antes y lo hago" e incluso algún "hoy era día de descansar". Conforme avanzan las horas, esas excusas que tan mal te sonaban se te hacen más apetecibles, a medida que tus ojos también van entonando un 'basta ya', como de canción protesta. A ver qué excusa me pongo hoy... ¿Alguna idea?

Vanidad

La mayoría de las veces, por no decir todas, me siento delante del ordenador sin saber qué voy a escribir. Sólo llego a vislumbrar la frase siguiente a la que escribo, alguna palabra suelta, alguna idea descolgada que puedo recoger e intentar aderezarla, sin saber a qué me llevara o cómo continuaré. Sólo espero que se me ocurra algo para llenar la pantalla, algo con el más mínimo de los sentidos, que tenga algo de coherencia., que explique algo que pueda interesarte para que vuelvas otra vez, para que dejes tu opinión.

Toda persona que tiene algún perfil público en Internet es, en cierta manera, vanidosa. Si no quieres que digan nada de ti, no dejas datos, no escribes tweets, no tienes Facebook. Con los blogs pasa algo parecido. Así que sí, nos interesa qué puedan decir de nosotros, qué piensas tú al leer esto desde otra localización. A nadie le gusta hablar a un puñado de píxels, esperas una respuesta, algo de feedback a tus entradas. Algo que demuestre que, en efecto, hay alguien que lee tus tonterías, esas cosas que a uno mismo importan tanto y que el otro mira con indiferencia. No nos conocemos, así que ¿por qué deberías leer lo que escribo? Y aún así, quiero que lo hagas. Quiero una respuesta. A veces me siento como si fuera de la NASA, enviando señales al espacio sin recibir respuesta.

Quiero saber que no estoy solo aquí.

Pasividad

Miro hacia la ventana, echo una rápida mirada a los apuntes que tengo bajo mis brazos, y me concentro en el blanco de la pantalla. Ese blanco que, como ya te he dicho alguna vez, me da pánico y a la vez me reta. Esta vez, le acepto el duelo. Quiero convertir el blanco en algunas palabras, pocas, suficientes para descargar algo mi cabeza, agobiada por exámenes, entusiasmada con ideas absurdas, demasiado cansada para escribir algo de provecho. No obstante, una vez cojo el guante, no lo dejo. No voy a dejar que el blanco me gane una vez más, aunque tú tengas que sufrir las consecuencias del escrito.

En época de exámenes siempre me acabo odiando. Sé que tengo que estudiar, sé que la beca, que es lo que me da de comer últimamente, depende de ello. Sé que tendría que cerrar el ordenador, concentrarme y estudiar hasta que los ojos se me cerraran de puro cansancio. O hasta que se desvaneciera el efecto de la cafeína. Pero aquí estoy, enfrentándome a una hoja. Buscando cosas con las que perder el tiempo, sintiendo una sensación de tranquilidad irreal por dentro. A mi yo del presente le gusta delegar funciones a mi yo del futuro. El futuro se lo traga todo, o eso es lo que dijo ella.

Bah, qué más da. En el fondo me gusta ser así. Después veo que lo que una vez fueron 10, ahora son 7; lo que fueron 8, ahora son 5. Me cabrea durante un tiempo, que cada vez es más corto, y luego doy paso a la indiferencia. Siempre me he considerado competitivo, no me gusta rendirme ni ir a un examen a buscar un 7, o un 5, pero tampoco merezco más. Soy un apasionado del último instante, me entusiasman los nervios que se sienten cuando te quedan horas para un examen y te faltan temas por mirar, me enamora dejar todo para el final. Y mientras, pierdo el tiempo. Y cada vez me molesta menos. Hasta que suspenda alguna.

miércoles, 2 de junio de 2010

Momentos

Esta tarde, mientras los ojos se me entrecerraban con la placentera banda sonora que el silencio nos proporciona al mediodía, me ha dado por mirar fotos antiguas. Fotos que congelaban, inmortalizaban, momentos vividos, felices a veces, no tanto otras muchas. Sonrisas fingidas, ojos desangelados, vida plastificada. Las fotos actúan como una suerte de interruptor en nuestro cerebro y muchas veces son el tipex de nuestra memoria. Ya sabéis lo que dicen: "la tinta más pobre de color vale más que la mejor memoria".

Aún así, me gusta pensar que las fotografías no son reales. No sales tú en ellas, tampoco salgo yo. Sale lo que una vez fuimos, lo que en ese mismo instante éramos. Podríamos repetir mil veces la misma instantánea y nunca saldría igual. Ese momento es único, irrepetible, mágico en cierta medida, aterrador en parte ya que nos hace darnos cuenta de la volatilidad extrema del tiempo, tomamos conciencia de que cada instante, por más mínimo que sea, es único, que los momentos vividos no volverán y que las emociones no son reciclables.

Me aterra pensar que nuestra vida es una concatenación casi infinita de momentos, como si fueran frames de una película. Me horroriza que mis emociones quedan retenidas en esos cuadros, y que a cada instante se modulan, evolucionan o involucionan. Sólo cambian, en definitiva. Y mañana, al despertar, no podré decir que soy el mismo que ahora está escribiendo, algo habrá cambiado, por mínimo que sea. Odio pensar que, cuando quiera, no podré retener esas emociones, no podré alargar el momento. Será como coger agua con las manos y dejar que, lentamente, acaricie tus dedos y se esfume, para no volver a sentirla nunca más, nunca de esa manera. Intentaré recrearlo con la memoria, como lo intento con tantas otras cosas, pero sólo será una versión edulcorada, manipulada, falsa, distante de la realidad. Esa realidad que sólo existió en ese momento.