miércoles, 16 de junio de 2010

Vacío

Se levantó, como siempre, antes de que sonara el despertador. Entre la oscuridad, distinguió vagamente - lo máximo que le dejaba su miopía - los números fluorescentes del reloj. Las 4:33 de la madrugada. Acto seguido, miró hacia su derecha, como siempre hacía. La buscaba. De nuevo, no la encontró. Torció el gesto, se frotó los ojos y se incorporó. Comenzó a ver el mundo más claro cuando se puso las gafas, aunque tampoco había mucho que ver más que la tenue luz de las farolas que iluminaban la solitaria calle que pasaba por debajo de su piso.

Se vistió sin encender la luz para no despertar a Mob, su perro, pero, por enésima vez, no surtió efecto. El pastor alemán acudió a él, lamiéndole las aún desvestidas piernas sin demasiado entusiasmo y con los ojos entrecerrados. Se entretuvo unos instantes acariciando su suave pelo, mientras advirtió en el animal la misma mirada que veía cuando contemplaba un espejo. Esa mirada de pérdida, de tristeza absoluta, de vacío.

Después de dejar dormido a Mob, se puso las bambas y salió a correr. No echó a faltar la sudadera cuando el aire aún frío a esas horas le golpeó los pulmones y le estremeció hasta las entrañas. Se había hecho inmune al dolor. O quizá sería mejor decir que había aprendido a convivir con él. Aunque lo más adecuado sería decir que no lo notaba.

Ya no sentía nada.

Se dirigió, como siempre, al punto donde la había conocido. Hoy llegaba antes de tiempo y aún le sobraban 10 minutos cuando llegó a aquel banco que encaraba al mar, el lugar donde habían comenzado los mejores años de su vida y donde depositaba, día a día, las esperanzas de volver a retomar el timón de un barco que navegaba a la deriva. Le pedía fuerzas a ella, aún sabiendo que no la encontraría, aún sabiendo que ya nunca volvería a ver esa sonrisa que le cambió la vida, aún sabiendo que su felicidad había viajado a dónde quiera que estuviese ella, ya que siempre le había pertenecido.

Cayó de rodillas a la arena, como absorbido por una fuerza mayor, mientras las lágrimas comenzaron a bajar por sus mejillas y caían a la arena aún dura de las mañanas. Apoyó sus dos manos en el suelo y bajó la cabeza, casi como rezando por volverla a ver un segundo más, una sola imagen de ella sonriendo, una mirada suya, un susurro al oído, un reflejo de su pelo. Mientras, se preguntaba si valía la pena una vida donde ella no estuviera. 

Aunque ya sabía la respuesta. Siempre la había sabido.

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