miércoles, 24 de noviembre de 2010

Ventana

La ventana estaba cerrada. Hacía calor. Mucha calor. El ambiente estaba cargado, viciado, habitual. Propio. Se encontraba delante de ella, con su reflejo como triste figura que presidía el momento. Eterno. Notó cómo envejecía mientras los segundos se acumulaban en la basura, levantando la tapa en la que se sentaría mientras pensaba que debería comprar un cubo más grande.

Agachó la cabeza, aunque podría jurar que su yo menos opaco permanecía impasible, inmóvil, con la mirada perdida en el vacío, infinito, de su interior. El suelo que pisaban sus pies comenzó a presenciar un leve goteo, casi imperceptible. La leve humedad generada era rápidamente eliminada por esa habitación casi desértica, yerma en su interior, devastada, cálida por el día y con noches de frío extremo. 

Se encontró, de pronto, tumbado en la cama, con los ojos abiertos. Había perdido la noción del tiempo. En su cabeza sólo retumbaba una idea que golpeaba con dureza a las puertas de su aturdido cerebro.

Debía abrir la ventana.

Huyendo

Comenzó a correr. Su cabeza seguía bombeando a un ritmo superior al que su corazón impulsaba la sangre hacia todas sus extremidades. Los ojos, abiertos, no veían la carretera que se extendía, hacia el infinito, por delante de él. Sus ojos reproducían la película de sus recuerdos. Sus oídos no escuchaban su leve jadeo, las bambas levantando el polvo del suelo al pisar la calzada, los - pocos - coches que circulaban a esa hora, el despertar del día en el anochecer de su alma. No. Sus oídos escuchaban la voz. La suya, la única.

Corrió más, intentando zafarse de esa trampa que le habían tendido sus sentidos por enésima ocasión. El aire frío, casi gélido, golpeaba su cara con una velocidad proporcional a la que él mismo intentaba adquirir sin mirar atrás. Las bofetadas cargadas de oxígeno lo hacían despertar brevemente de su dulce pesadilla, olvidarse de esos demonios que todos tenemos con los tridentes afilados como el mejor de los cuchillos. Salvo que, claro, esas heridas no dejaban marca.

Desgraciadamente.

Las heridas en el cerebro quedan abiertas, sangrando recuerdos, hasta que este se apaga. Para siempre.

martes, 23 de noviembre de 2010

Brindis

Un brindis por esos días que comienzas pensando que todo va a salir bien y al final todo acaba convertido en una gran y hediente bola de mediocridad y decepción.

ATPC

lunes, 22 de noviembre de 2010

Entrevistando (III)

Aprovechando la entrada anterior, hoy entrevistamos a esa persona que siempre dice 'oooh' en los momentos románticos de las películas que vemos en el cine. Todos sabemos que existe, pero nunca conseguimos localizarlo. Por eso, esta entrevista se hace desde la sala de un cine anónimo de Calafell, el único que hay en el pueblo. 

Yo: Buenos días, señor...
SO: Llámeme Señor O, por Oh. 
Y: Entonces, ¿le gustaría permanecer en la oscuridad?
SO: Hombre, en el cine es complicado el tema de la luz.
Y: No, no. Lo digo por el tema del anonimato. 
SO: Ah... Oh. Sí. Siempre está el típico amargado que quiere hacerme daño. 
Y: Es un trabajo complicado, sí. ¿Recibe muchas amenazas?
SO: Oh, si yo le contara. Siempre que hay algún momento bonito y me expreso, como ciudadano libre que soy, noto que hay algunos que se giran buscándome. Por suerte el cine me ha proporcionado un sitio bien protegido de las miradas ajenas y donde nadie puede encontrarme. La fila 13 es realmente buena. 
Y: Ahá, anonimato. ¿Y cómo lo lleva su familia? Porque me imagino que usted tiene que cubrir todas las sesiones...
SO: Sí, sí, es duro.
Y: Eso es lo que dijo ella. 
SO: ¿Qué?
Y: Nada, nada. Siga. 
SO: Pues eso, que es un trabajo complicado. Por suerte es vocacional y ya mis antepasados se encargaban de ello en los teatros de la época. Es familiar.
Y: ¿Familiar?
SO: Exacto
Y: Como el resultado de dividir 4 entre 2.
SO: ¿Perdone?
Y: Un detalle sin importancia. Continue, por favor. 
SO: Lo que le decía: toda mi familia está involucrada. Mis hijos desde bien pequeños aprenden los rigores del trabajo. Por ejemplo, en vez de llorar diciendo "buah" dicen "oh-áh, oh-áh". Así cuando tienen tres o cuatro años ya pueden ir a otras sesiones. 
Y: ¿Y su mujer aquí presente?
SO: Ella tiene cada vez menos faena porque se especializó en las películas de cine mudo. Cuando llegaba un momento tierno, levantaba un folio Din A4 que ponía "Oooh". El efecto era menor. 
Y: Ya veo. Y, ¿cómo llevan el asunto del 3D?
SO: Uf, no me hable...
Y: Vale.
SO: ¿Qué?
Y: Que no le hablo. 
SO: ¿A quién?
Y: A usted.
SO: No lo entiendo. ¿No me está entrevistando?
Y: Sí.
SO: ¿Entonces?
Y: No. 
SO: Es usted un poco raro. ¿Ya come bien?
Y: No, la verdad es que no. Como y ceno pasta. 
SO: ¿Puedo tutearte? 
Y: Si no duele, sí.
SO: La primera vez es gratis. ¿Y cómo te sientes respecto a eso de comer pasta diariamente?
Y: Pues mal... Mal. Quiero comer cosas diferentes, ¿sabes? Quiero levantarme por las mañanas y no ver siempre el mismo tupper de mierda lleno de spaghettis o macarrones. ¡Quiero saborear cosas nuevas!
SO: Eh, eh, no llores. Estoy contigo, ¿vale?
Y: Echo de menos la comida de mi madre. Quiero volver a casa. ¡Odio esto!
SO: Bueno, bueno, no te pongas así. Vamos a dar por acabada la entrevista, porque no te encuentras en condiciones de seguir respondiendo, ¿vale?
Y: Bueno... Gracias... 
SO: Y vosotros, gritad conmigo: "¡ooooh!" ¡Hasta la semana que viene, artemaníacos!

(Suena música de fondo, las luces se apagan, salen los créditos)

Entrevistas anteriores
A un asesino || Entrevistando (I)
A un probador de colchones || Entrevistando (II)

domingo, 21 de noviembre de 2010

Probando

Voy a dejarme llevar. No tengo exactamente ninguna idea sobre lo que voy a escribir a continuación, así que te disculpo si abandonas la sala (o el sitio en el cual tu imaginación cree que te estoy explicando esto) antes de acabar la frase. O ahora. Es buen momento, corre. A partir de ahora ya no hay salida. Bueno, sí. Cuando quieras, ya sabes que esto es tan tuyo como mío. Quizá un poco más mío, pero tampoco es plan de entrar en tecnicismos ahora. 

Como te contaba, ando escaso de ideas. Además, esto de robar las ideas ajenas se ha vuelto más complicado desde que todo el mundo vio la película de 'La red social'. Sí, la película de Facebook. No voy a decir más que no quiero fastidiarte en caso de que no la hayas visto. En ese caso, no roban ideas en la película, es una cosa que me he inventado. Si la has visto, ya sabrás que roba la idea descaradamente. El tío es bueno, pero parte de una base de otra gente. 

En fin, si aún sigues aquí, gracias por la paciencia. Estoy en esos minutos que no sé bien qué quiero hacer. Quiero escribir, pero no sale nada con sentido. Tengo menos inspiración que la creadora de Harry Potter al comenzar su último libro. Menudo peñazo. Y ahora todo el mundo va a ver la película, puede que incluso tú también. Y es en dos partes, ojo, que cuando vayas a ver la segunda no sabrás ni quién era el protagonista, tendrán que poner cinco minutos de resumen como en las series. ¿Te imaginas? "Anteriormente en Harry Potter..." y comienzan a salir imágenes de cómo consigue la varita, sus primeros duelos con Voldemort (tazón de vida en catalán), su primer beso mientras la gente grita "oooh" (siempre hay alguien que grita "oooh" en los cines), sus 30 mejores momentos al borde de la muerte... Y después, ya sí, la película. Pero lo mejor ya habrá pasado. 

Gracias

A veces, sólo necesitas desconectar, cambiar de aires, mirar otras caras, escuchar otras voces, sentir otras reacciones, salir de un ambiente enrarecido para hacer limpieza, para poder volver a respirar allí. Aunque eso merme, poco a poco, tus ganas de volver al primer lugar, ese que tiene un asombroso imán con la sonrisa propia del que no puedes desengancharte hasta que, finalmente, escapas.

Para todos aquellos que me ayudan a escapar de su campo magnético, gracias.

Gracias.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Memoria

Se tumbó en la cama e intentó rememorar la escena. Acudió a su amiga de confianza, la memoria. La llamaba para sus adentros amiga porque le decía siempre lo que quería escuchar. ¿Quién quiere un amigo que te diga la verdad de las cosas? Se dispuso a oír lo que tenía que decirle. Cerró los ojos para escuchar mejor y comenzaron a fluir las palabras a través de las imágenes. Una imagen vale más que mil palabras, pero una imagen que no las evoque no tiene ningún valor. 

Le encantaba cómo su vieja compañera deformaba la realidad a su antojo. Sí, estaba seguro de que la escena había transcurrido así. No pensó, en ese instante, que la escena iba acabando a cada segundo que transcurría y que nunca más iba a revivirla tal como fue. Nadie vuelve de entre los muertos ni esperando tres días. Lo que estaba viendo, escuchando, sintiendo, era una cosa falsa, distante de lo que en realidad pasó, edulcorada. Fascinante. 

Se recreó en los mejores momentos. "Repítemelo de nuevo", susurró a su propio oído. Y ella - él -, lo - se - complacía. Al terminar, abrazó a su compañera de viaje, que vivía porque nunca quiso vivir sin ella. Vivía porque nunca quiso desprenderse de la dulce voz que narraba lo que él quiso que pasara y nunca pasó, la sonrisa que nunca existió como tal y la mirada cómplice que creó en sus recuerdos. Vivía porque nunca se planteó que viviría más sin revivir lo que vivió. 

Vivía porque nunca fue capaz de asumir que el único momento que existe es el mismo en el que respiras. 

Platea

Subía lentamente por las escaleras. Al llegar al rellano de su piso, sacó su llave. La había guardado en el mismo sitio que el día anterior. Costumbre disfrazada de comodidad. Abrió la puerta, ya sin mirar la cerradura. Atinó. Recorrió el pasillo - esa estancia que absorbía, mágicamente, la luz - y dejó las cosas en la mesa, de cualquier manera, sin prestar atención, sin ser consciente que, día tras día, las dejaba de la misma forma, en el mismo lugar. 

Cumplió con el ritual. Se quitó la chaqueta, los zapatos, se calzó sus zapatillas desgastadas, encendió las luces y bajó la persiana que dejaba, ligeramente, el paso a un sol que se resistía a ser excluído de la casa. La luz 'hospitalaria'- como él había definido en otras ocasiones haciendo referencia a la que poblaba los edificios que se resistía a pisar y jugando, irónicamente, con el verdadero significado de la palabra - inundó la estancia. 

Se sentó, buscando, brevemente, la posición adecuada. En ese mismo sitio pasaría las siguientes horas, en su tribuna fija, desde la cual observaba, sin palomitas, cómo el mundo iba cambiando, las noticias se sucedían, la gente se movía. A su vida le faltaba una dimensión que no podía arreglarse con unas simples gafas. 

Intrascendencia

Una de las pocas verdades universales es que el tiempo sigue siempre, de manera incesante, su camino. No importa qué pase en el mundo - en el tuyo o en el mío -, qué queremos que pase o la velocidad con la que desearíamos que transcurriera. El tiempo no escucha razones, ni las mejores. Cada segundo que dejamos atrás es un pequeño tesoro que cogemos con ambas manos, destrozamos y lanzamos a la papelera con desprecio en su mayoría. ¿Cuántos segundos aprovechamos realmente? ¿Cuántos hacemos que valgan la pena?

Supongo que aquí entra el juicio de cada uno. En el fútbol muchas veces se habla de tiempo útil. Ese tiempo en el que el balón está en el campo, activo, moviéndose, dejándose llevar por las voluntades de los jugadores. Cuando sale de banda, cuando hay una falta o cuando se pierde por la línea de fondo ya no hablamos de tiempo útil. ¿Dónde definimos las bandas de nuestra vida? ¿Dónde está la línea de cal que al traspasar hacemos que nuestro tiempo valga más o menos? ¿Por qué siento que mi campo sea tan pequeño, tanto que tengo la impresión de que no quepo en él?

Y, sobretodo, por qué tienes tú la maldita y bendita habilidad de poder repintarlo de nuevo y hacer que sus líneas se fundan con el horizonte cuando yo soy el propietario del terreno.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Mar

Estaba apoyado contra el balcón de la terraza que daba al mar. No lo veía, pero podía asegurar que tenía la mirada perdida en el azul casi hipnótico de esa agua calmada, tranquila, inquietantemente hermosa. Se acercó lentamente, por detrás, silenciosamente, y se colocó a su lado, con los codos apoyados en la barandilla, mirando al mismo mar que parecía nunca acabar.

- Tu olor... - comenzó él, sin mover la mirada.

No acabó la frase, pero lo entendió perfectamente. Sonrió. Ella también esbozó una leve sonrisa. Vistos desde ese mar vigilante, cualquiera hubiera podido testificar que eran las dos sonrisas más tristes que se habían presenciado en ese lugar mágico, mítico, cima romántica, principio pero no final.

No hubo más palabras. El subir y bajar de la marea presidió los siguientes minutos de recuerdos felices y no tan felices, de deseos enterrados y voluntades apagadas, de renunciar a la felicidad para poder ser feliz.

Un ligero destello, provocado por el agonizante sol que se resistía a abandonar el horizonte, a desaparecer, indicó la humedad en los ojos de él. Sin apartar de su rostro esa sonrisa apagada, se dio la vuelta sin mirarla y salió de la escena. Acto seguido, ella hizo lo propio.

Ambos tomaron caminos distintos.

Desitjos

Ho odio però no puc evitar estimar-ho amb totes les forces. Aquesta sensació, no sé com t'ho fas. Ho aconsegueixes de totes maneres. No vull que m'ho expliquis, perdria la màgia, aquesta màgia que crees amb el teu somriure o quan rius o quan em mires i fas aturar el món. Vull aprendre. Vull paralitzar també el teu món de la mateixa manera que fas tu amb el més mínim gest. Monopolitzes la meva ment, de forma quasi permanent i no tinc suficient valor com per treure't. Ni valor ni ganes.

I desitjo, no pots arribar a saber quant, poder fer-te sentir així.