jueves, 18 de noviembre de 2010

Intrascendencia

Una de las pocas verdades universales es que el tiempo sigue siempre, de manera incesante, su camino. No importa qué pase en el mundo - en el tuyo o en el mío -, qué queremos que pase o la velocidad con la que desearíamos que transcurriera. El tiempo no escucha razones, ni las mejores. Cada segundo que dejamos atrás es un pequeño tesoro que cogemos con ambas manos, destrozamos y lanzamos a la papelera con desprecio en su mayoría. ¿Cuántos segundos aprovechamos realmente? ¿Cuántos hacemos que valgan la pena?

Supongo que aquí entra el juicio de cada uno. En el fútbol muchas veces se habla de tiempo útil. Ese tiempo en el que el balón está en el campo, activo, moviéndose, dejándose llevar por las voluntades de los jugadores. Cuando sale de banda, cuando hay una falta o cuando se pierde por la línea de fondo ya no hablamos de tiempo útil. ¿Dónde definimos las bandas de nuestra vida? ¿Dónde está la línea de cal que al traspasar hacemos que nuestro tiempo valga más o menos? ¿Por qué siento que mi campo sea tan pequeño, tanto que tengo la impresión de que no quepo en él?

Y, sobretodo, por qué tienes tú la maldita y bendita habilidad de poder repintarlo de nuevo y hacer que sus líneas se fundan con el horizonte cuando yo soy el propietario del terreno.

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