viernes, 5 de noviembre de 2010

Mar

Estaba apoyado contra el balcón de la terraza que daba al mar. No lo veía, pero podía asegurar que tenía la mirada perdida en el azul casi hipnótico de esa agua calmada, tranquila, inquietantemente hermosa. Se acercó lentamente, por detrás, silenciosamente, y se colocó a su lado, con los codos apoyados en la barandilla, mirando al mismo mar que parecía nunca acabar.

- Tu olor... - comenzó él, sin mover la mirada.

No acabó la frase, pero lo entendió perfectamente. Sonrió. Ella también esbozó una leve sonrisa. Vistos desde ese mar vigilante, cualquiera hubiera podido testificar que eran las dos sonrisas más tristes que se habían presenciado en ese lugar mágico, mítico, cima romántica, principio pero no final.

No hubo más palabras. El subir y bajar de la marea presidió los siguientes minutos de recuerdos felices y no tan felices, de deseos enterrados y voluntades apagadas, de renunciar a la felicidad para poder ser feliz.

Un ligero destello, provocado por el agonizante sol que se resistía a abandonar el horizonte, a desaparecer, indicó la humedad en los ojos de él. Sin apartar de su rostro esa sonrisa apagada, se dio la vuelta sin mirarla y salió de la escena. Acto seguido, ella hizo lo propio.

Ambos tomaron caminos distintos.

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