miércoles, 24 de noviembre de 2010

Ventana

La ventana estaba cerrada. Hacía calor. Mucha calor. El ambiente estaba cargado, viciado, habitual. Propio. Se encontraba delante de ella, con su reflejo como triste figura que presidía el momento. Eterno. Notó cómo envejecía mientras los segundos se acumulaban en la basura, levantando la tapa en la que se sentaría mientras pensaba que debería comprar un cubo más grande.

Agachó la cabeza, aunque podría jurar que su yo menos opaco permanecía impasible, inmóvil, con la mirada perdida en el vacío, infinito, de su interior. El suelo que pisaban sus pies comenzó a presenciar un leve goteo, casi imperceptible. La leve humedad generada era rápidamente eliminada por esa habitación casi desértica, yerma en su interior, devastada, cálida por el día y con noches de frío extremo. 

Se encontró, de pronto, tumbado en la cama, con los ojos abiertos. Había perdido la noción del tiempo. En su cabeza sólo retumbaba una idea que golpeaba con dureza a las puertas de su aturdido cerebro.

Debía abrir la ventana.

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