miércoles, 31 de marzo de 2010

Frustrado

Deslizo suavemente mis dedos por todas las letras del teclado, esperando que éste me conteste. Una vibración, una pulsación, algo con lo que comenzar, una letra a partir de la cual desarrollar una idea. No viene, así que sigo aporreándolo, escribiendo palabras sueltas a las que intento dar sentido, conectarlas. Vivo de fogonazos cortos y rachas de inspiración fugaces que se me escurren entre los dedos antes de poder plasmarlas en papel o en el monitor. Y eso puede conmigo.

Realmente hay algunas cosas que me molestan, pero si tuviera que coger una, sin duda sería mi poca constancia a la hora de ponerme delante del blanco absoluto. Pánico a la hoja del Word, pánico a un folio, pánico al sentarme para escribir. Me encanta escribir, es la cosa que más amo en el mundo y quizá también sea la que más odie. No hay nada que me llene más que escribir, pero no hay frustración peor para mí que la de ponerme delante de un folio en blanco y no poder atacarlo. Cada palabra borrada es una pequeña puñalada.

Uno de mis sueños siempre ha sido escribir una novela. Llevo muchos años con esa idea, con ese objetivo. Llevo muchas más páginas escritas, muchas historias dejadas a las 20 páginas, pocas que hayan pasado esa cifra. Sin embargo, todas, sin excepción, han acabado en la papelera. No porque no supiera como seguir ni porque la idea no me agradara, sino porque quiero que hasta la frase más pequeña sea perfecta, quiero que cada palabra sea la adecuada y que cada párrafo tenga su propia idea, su contenido, que sea tan genial como el anterior. Y eso se me hace imposible cuando la novela va cogiendo longitud. Reviso mil veces lo escrito y cada vez me gusta menos, cada vez veo menos claro lo que quería decir y comienzo a borrar, a sentir esas pequeñas puñaladas clavándose en mi pecho, hasta que no puedo más y la borro entera.

Pienso mucho en ello y me he dado cuenta que soy totalmente incapaz de escribir una novela o de aportar algo por encima de la mediocridad a un mundo que quiero tanto como es el de la literatura. Si no tienes nada bueno que decir, no digas nada. Y aquí me he quedado, en mi pequeño rincón, volcando mis frustraciones y mis palabras en un blog, el cual tiene fecha de caducidad. Porque llegará también el momento en que no me guste nada de lo que escriba aquí, y lo iré dejando. Porque escribir es un placer y no una obligación, y porque nunca querré admitir que lo más lejos que voy a llegar es a tener un blog más o menos decente y nunca una novela. El orgullo no me dejará admitirlo, con la tortura que supone.

Perdido

Muchas veces me siento así. Perdido, náufrago en una isla en la que sólo estoy yo, rodeado de un mar de dudas, de miedos, de indecisiones, de decisiones mal tomadas. Un sitio en el cual, sorprendentemente, he encontrado una especie de comodidad inquietante. No sé si por costumbre o por miedo a salir y encontrarme algo peor. Ya lo dicen: más vale malo conocido que bueno por conocer. En mi caso, se cumple letra por letra. He aprendido a vivir en la incomodidad permanente del vacío, he conseguido amueblar mis dudas de tal manera que parezcan menos - en cantidad e importancia -, he escondido los miedos debajo de la primera palmera que encontré y ocultado mis indecisiones en las habitaciones de los castillos que construí en la arena. Un plan perfecto, excepto cuando ya no se puede ocultar nada más y todo salta.

Entonces, ese vacío, esa frustración permanente de vivir sin vivir, esa ansiedad por sentir, tocar, por emocionarse, sale a la luz. Y, ciertamente, me abruma. Pasa por encima de mí, como si fuera un tsunami. Me despierta de un bofetón duro, sonoro, acaba con mis no-sueños. Sólo en ese momento, te das cuenta de la realidad de las cosas, de que no puedes seguir haciendo lo mismo que hacías hasta este mismo instante, que debes cambiar, que ya está bien de pasar los días como si de páginas en blanco se tratarán, que ya has malgastado demasiados folios y que nunca volverán a estar disponibles para que escribas en ellos. Y, lo que es peor, en los que puedes escribir los dejas ir.

Surgen muchas preguntas, no contestadas. Qué hago aquí, por qué estudio algo que no me apasiona, qué espero hacer en mi futuro y por qué antepongo mi bienestar económico a lo que realmente me gusta.  Aparecen los miedos, que te golpean fuerte, enfadados por haber estado tanto tiempo ocultos. Nunca puedes ocultar nada para siempre. Aparece el miedo a sentir, a comprometerse, a luchar, a enamorarse, a confiar en la gente. A vivir, en definitiva. Si tienes miedo a sentir, nunca podrás vivir otra vida que no sea levantarse agrio por la mañana y esperar a que caiga el sol para repetir el ciclo. Porque sin ilusiones, no hay razón para levantarse cada mañana. Y yo hace mucho tiempo que las perdí, no sé dónde, no sé por qué o por quién.

Así que continuo, sólo por curiosidad. Por saber qué me depara el nuevo día, por creer que quizá mañana será un buen día para comenzar a pensar de manera diferente, por sentir que en el futuro podré sentir, que dejaré de ser un espantapajaros motorizado y algo menos rígido. Por triste que sea, no me mueve más que la simple curiosidad. La vida te sorprende, dicen. Llego a creer ya que para que te sorprenda, tienes que forzarla a ello, igual que es más fácil que te preparen una fiesta sorpresa el día de tu aniversario que no un día aleatorio. Sigo esperando que llegue mi cumpleaños en la vida, ya que hoy me siento demasiado cansado para cambiar las cosas. Mañana, quizá. O el otro. Me quedan aún hojas en blanco por pasar, ¿no?. ¿Alguien me presta un bolígrafo?

Presentación

Este blog pretende ser el vertedero mental del que escribe, un sitio en el cual soltar las reflexiones, preocupaciones o cosas varias que se me pasen por la cabeza, con el objetivo de compartirlas con vosotros, saber qué pensáis y, de paso, sentirme mejor. Gracias a todos los que leáis y/o comentéis.