jueves, 28 de abril de 2011

Tarde

Creí que comenzaba a llover, también en el exterior. Siempre adoré cómo las gotas de lluvia humedecían progresivamente las calles y se depositaban en las hojas de los árboles, esperando su turno hasta que la gravedad las hiciera fichar. No sucedía lo mismo cuando se producía ese efecto en el frío papel. La tinta se dejaba llevar por gotas cargadas de emociones y recuerdos y olvidaba su papel, al tiempo que el mensaje se perdía por el desagüe.

Aún con la vista emborronada y la tinta rebelde, necesitaba aligerar el nudo que se ceñía sobre mi pecho. Odié no poder hacerlo más que a través de palabras, no conseguir salir de la jaula que representaba el lenguaje, no saber dar salida a algo que no puede ser descrito con palabras, desconocer cómo lograr que esta sensación se marchara, ver crecer a miedos que me secuestrarán noche tras noche. 

Por intentar entender a todos, dejé de entenderme a mí mismo. Entré en un mundo de mentiras convenientes sin saberlo y creí en ellas hasta despertar aturdido un día y ver que los castillos de arena sobre los que me construí habían quedado arrasados por su ausencia, que el foso al que llamo pasado donde escondí sus palabras se había llevado por delante las habitaciones del presente. Una mentira, por poderosa que sea, sigue siendo una mentira y, como tal, algún dia es descubierta.

Vi, en ese momento, que mis días no eran días hasta que ella aparecía, que me había robado el sueño y que no tenía intención de recuperarlo mientras eso me permitiera recordarla un minuto más. Le conté a la luna noche tras noche lo que podría haber sido y me frustró cuando me contestó, madrugada tras madrugada, que el condicional es el idioma de los sueños, sueños que le conté y que ella, brillando en la oscuridad y el silencio de la noche, me destrozó con una simple palabra.

Tarde.

Mientras la lluvia se intensificaba sobre el papel, el sol comenzó a mostrarse, perezoso, por el este, y los primeros rayos ayudaron al fluorescente a iluminar la pequeña habitación. El día amanecía nublado, como todos los que me esperaban mientras la incertidumbre de su vuelta monopolizara mis pensamientos. Y, aún así... 

No quería ni quiero que se vaya.

lunes, 25 de abril de 2011

Horizonte

Cogió el primer bolígrafo que encontró. Rayó una hoja hasta que el bolígrafo escupió la tinta, atrofiado de tanto tiempo sin trabajar. Todo fluía más rápido mientras nacían las primeras letras, sensación que quedó truncada de manera casi inmediata. ¿Cómo comenzar? ¿Cómo ordenar lo que llevaba tanto tiempo perdido? Y, aún así, una hoja en blanco siempre le había resultado mucho más satisfactoria y provechosa que horas con las estrellas como testigas. Escribir como catalizador de todas las reacciones que se sucedían en su cabeza.

Su mente viajó primero hasta la costa. El aroma de mar era tan intenso que creía poder percibirlo, aún estando tan lejos de allí físicamente. Sus zapatos se inundaron de arena y comenzaron a hundirse, al tiempo que sus pensamientos creaban imágenes. Aparecieron, uno por uno, todos aquellos recuerdos cancerígenos que se extendían con rapidez por su mente, contaminando, enfermando a los demás. Enfermándolo. Los encaró, los miró a dónde fuera que tenían los ojos y creyó encontrar el camino a seguir. El bolígrafo, con vida propia, le decía que era tiempo de seguir adelante, de cambiar el mar por el verde. 

Al verde se fue, ya sin olor a mar que le recordara lo que en un tiempo fue su casa. A su lado se iban construyendo de la nada las estructuras que formaban parte de ese mundo. El negro dejó pasó a los árboles y al reino de la flor del platanero. El aire era más frío y seco. Todo era diferente. Caminó entre el verde y se fueron dibujando a su alrededor representaciones de sus preocupaciones. No dejó de caminar mientras veía escenas, imágenes, sentimientos, silencios... Estaba todo ahí. Notó como el bolígrafo se atrancaba, buscando ordenar todos esos recuerdos, recuerdos de los que desconfiaba, difusos, alterados.

Y, al terminar y toparse con la pared del plató, como si estuviese viviendo en el mismo mundo que Truman, se giró y los vio todos juntos, pareciendo que estuviera delante de múltiples televisiones. Se puso delante de ellos y los fue apagando, con su propio mando, uno a uno. Las cosas no podían ser tan complicadas como eso. O no debían serlo. Y si lo eran, alguna cosa fallaba, alguna pieza de todo el engranaje emocional que conforma una relación no acababa de encajar y quizá... Quizá no valía la pena buscarla.

"Las cosas pasan por alguna razón" se convencía, sentado en la soledad de su mente vacía y apagada. "¿Y si no pasan?" preguntó, en voz alta, mientras el eco retumbaba en el vacío. Si no pasan, también es por algo. Por llegar pronto, tarde, mal o... Porque no. Y ahondar en uno mismo para encontrar las razones que no dependen de él resulta en un acto estúpido, como pensar que todo hubiera sido mucho más fácil si una palabra hubiese sido dicha en el pasado antes de subir a la montaña rusa. 

De nada sirve. El tren en el que vamos subidos nunca desacelera, ni para, ni va para atrás. Se dirige, constante y decidido, hacia adelante. Siempre. Y perder tiempo, fuerzas, energías en intentar cambiar eso que uno no puede cambiar hace que nos perdamos las vistas actuales y que acabemos, con el tiempo, maldiciendo estos instantes perdidos, causantes de que, en un futuro, volvamos a llegar tarde de nuevo. Así que resulta más beneficioso asumir con resignación los hechos y mirar adelante que quedarse anclado en ellos intentando solucionar el pasado. 

Presionó la parte superior del bolígrafo y este marchó a dormir después de otra nueva noche de trabajo. Él se quedó un rato más despierto, mirando el manchado folio de papel, releyendo todo aquello que había ido escribiendo como por arte de magia, descubriendo cosas que no sabía que había plasmado, viendo entre líneas las conclusiones de todo aquello que subyacía tras las letras. E intentó sonreír, pero quizá era aún temprano. Miró hacia la ventana y creyó divisar el nacimiento del sol. 

El horizonte esperaba delante de él. 

domingo, 24 de abril de 2011

Primavera

Respiró profundamente. El viento golpeaba su cara mientras el sol se dejaba ver entre las nubes con una timidez que nadie le hubiera atribuído un par de semanas atrás. La primavera se había hecho notar expulsando a un verano que creía que podría adelantarse en el tiempo. Con ella, llegó su normal locura meteorológica: lluvia, sol, lluvia, nubes, sol de verano, nubes, viento, sol de invierno, tormenta, más nubes...

Nadie la puede predecir ni sabe qué pasará en el minuto siguiente. Quién sabe si mañana lloverá, soleará, tronará. Sólo creía estar seguro de que ya no nevaría, que eso ya había pasado, que no volveríamos allí más. Por lo demás, cogeré paraguas, chaqueta, bañador, bronceador y un poco de chubasquero. Para llevar. Sí, por favor. Nunca se sabe... ¿verdad? Con la primavera hay que estar preparado para todo. Dicen que va a llover, ¿no? Yo también lo creo. Pero...

Ojalá sea sol.

martes, 19 de abril de 2011

Would

There are many things that I would like to say to you but I don't know how [Wonderwall, Oasis]
Jugar con los "¿y si...?" constituye un fascinante, hipnótico y peligroso ejercicio de incierto resultado. Dejarme llevar por el aroma del pasado y el eco de los recuerdos resulta demasiado agradable, tanto que la vuelta a la realidad puede llevarme al suelo. Fantasear con aquello que nunca existió, intentar encontrar sentido a cada mirada, a cada palabra, a cada cara, con el único almacén de los recuerdos es un acto tan suicida como sin sentido. 

De las infinitas posibilidades que nos ofrece cada segundo, sólo una será la que se produzca, la real. Es decir, en un intervalo de tiempo casi nulo, pasan millones de opciones a través de un filtro de la que sólo saldrá una ganadora, aquella con la que tendremos que convivir el resto de los días. Las demás mueren. O quizá sería mejor decir que no llegan a existir, quedan en el limbo, flotando, esperando que algún día las volvamos a traer a la vida a través de los recuerdos. Pero...

Vivir en el pasado es el oficio del que no tiene futuro y menosprecia su presente, todo lo que tiene. Ahondar en aquello que no fue es estéril y sólo conduce a la frustración. La vida pasa y las oportunidades se suceden.

Pero a veces sólo las vemos en diferido. 

martes, 12 de abril de 2011

Sol

Miré hacia el cielo, azul. El sol se erigía, imponente, en aquella tarde de abril. Me pregunté si alguien se había dado cuenta del secuestro de la primavera. O si a alguien le importaba. Observé a mi derecha como dos chicos se disputaban una pelota en la hierba, cuyo verde intenso junto a la imagen del cielo ofrecían una fabulosa vista de verano. A mi izquierda, toda una legión de chicas tumbadas, boca abajo, recibiendo los incansables rayos de un sol de abril con complejo de agosto, caluroso y egoísta, que no comparte el cielo con ninguna nube por miedo a que le robe protagonismo. 

Centré la mirada y la vi, y ya no pude ver nada más. La dulce brisa jugueteaba con su pelo, iluminado de manera especial por la luz solar, creando una imagen casi de divinidad. Las flores que volaban se entrelazaban entre sus mechones, queriendo empaparse de ella, tocarla, sentirla durante esos instantes con los que el caprichoso viento las había bendecido hasta que se las llevara a cualquier otra parte. La vida parecía detenerse a su lado, contemplándola, deseando compartir la felicidad que irradiaba su mirada, haciendo sombra al sol.

Se giró hacia mí, sonriendo. El aire que corría insistía en llevar algunos afortunados pelos a su cara, pelos que ella apartaba suavemente con la mano. La observé mientras ella creaba una especie de escudo con su mano situándola en un costado de la cara para evitar que su cabello se posara delante de sus ojos. Sonreí al verla sonreír. Quise tomar de ella una fotografia mental, parar el tiempo en ese instante, saber que no se puede ser más feliz que viéndola sonreír a mi lado, vivir para lograr que nunca deje de hacerlo, que nunca se apague la felicidad que emana de ella.

Deseé no saber que todo acaba, me convencí que el único momento que importa es en el que se respira y que, mientras yo siguiera respirando, trataría, como fuera, de conseguir curvar sus labios una vez más y que, mientras lo hiciera, no importaría el segundo siguiente porque de ese ya me encargaría más tarde, en ese futuro que no existe. 

No perdería mis segundos con ella persiguiendo al horizonte. 


domingo, 10 de abril de 2011

Rapidez

Un pequeño pinchazo al ver el blog desierto me decide a escribir algo. Escribir aquí, que no significa que haya dejado de hacerlo. No hay día que se despida sin que haya escrito una letra. Es una necesidad, un vicio, una adicción. Sana o con tendencia al autosabotaje, depende del día. Quizá más de lo último de un tiempo hacia aquí. Rachas que vienen y se van y no alcanzas a ver cuándo se va una y cuándo entra la otra, conviviendo un tiempo.

En ese tiempo me encuentro yo, subiendo a una ola cuando aún no me he bajado de la anterior, en un extraño equilibrio en el que ni subo ni bajo, ni sonrío ni se me escapa alguna lágrima, ni quiero ni puedo. Suspiros ante la almohada, lunas que te escuchan en silencio, estrellas que discuten a años luz. Mañanas de ojeras, bostezos, resaca de pensamientos.

Todo pasa demasiado rápido. Demasiado. Tanto que me da miedo poner el pie en el suelo por si la diferencia de velocidad acaba llevándome de bruces contra el suelo. El tiempo, caprichoso, nos hace creer que cada segundo es igual al anterior, que cada minuto transcurre a la misma velocidad que el que le precede, que cada hora es equivalente a sus homólogas. En el mundo de las percepciones en el que vivimos, eso no puede ser verdad. Ni mis horas contigo son horas ni las que paso sin ti tienen 60 minutos. O si los tienen, me los vendieron más largos de lo que deseaba.

Estoy harto de tener siempre la sensación de llegar en el momento inadecuado. Siempre sería mejor antes o después, no en ese instante. Cansado de que sean otras sensaciones, vivencias, personas, momentos los que modelen relaciones que incumben sólo a sus protagonistas. Frustrado de, aún así, entender todo. Entender que nosotros no vivimos solos, no somos ajenos a nuestro alrededor, que somos la suma de todo lo que nos rodea, que existimos como mezcla de todas aquellas personas que hemos conocido alguna vez, que cada una de ellas es parte de nosotros (lo veamos o no), que es imposible apartar el pasado para vivir el presente y para pensar en el futuro. Que...

Bah. ATPC.