lunes, 25 de abril de 2011

Horizonte

Cogió el primer bolígrafo que encontró. Rayó una hoja hasta que el bolígrafo escupió la tinta, atrofiado de tanto tiempo sin trabajar. Todo fluía más rápido mientras nacían las primeras letras, sensación que quedó truncada de manera casi inmediata. ¿Cómo comenzar? ¿Cómo ordenar lo que llevaba tanto tiempo perdido? Y, aún así, una hoja en blanco siempre le había resultado mucho más satisfactoria y provechosa que horas con las estrellas como testigas. Escribir como catalizador de todas las reacciones que se sucedían en su cabeza.

Su mente viajó primero hasta la costa. El aroma de mar era tan intenso que creía poder percibirlo, aún estando tan lejos de allí físicamente. Sus zapatos se inundaron de arena y comenzaron a hundirse, al tiempo que sus pensamientos creaban imágenes. Aparecieron, uno por uno, todos aquellos recuerdos cancerígenos que se extendían con rapidez por su mente, contaminando, enfermando a los demás. Enfermándolo. Los encaró, los miró a dónde fuera que tenían los ojos y creyó encontrar el camino a seguir. El bolígrafo, con vida propia, le decía que era tiempo de seguir adelante, de cambiar el mar por el verde. 

Al verde se fue, ya sin olor a mar que le recordara lo que en un tiempo fue su casa. A su lado se iban construyendo de la nada las estructuras que formaban parte de ese mundo. El negro dejó pasó a los árboles y al reino de la flor del platanero. El aire era más frío y seco. Todo era diferente. Caminó entre el verde y se fueron dibujando a su alrededor representaciones de sus preocupaciones. No dejó de caminar mientras veía escenas, imágenes, sentimientos, silencios... Estaba todo ahí. Notó como el bolígrafo se atrancaba, buscando ordenar todos esos recuerdos, recuerdos de los que desconfiaba, difusos, alterados.

Y, al terminar y toparse con la pared del plató, como si estuviese viviendo en el mismo mundo que Truman, se giró y los vio todos juntos, pareciendo que estuviera delante de múltiples televisiones. Se puso delante de ellos y los fue apagando, con su propio mando, uno a uno. Las cosas no podían ser tan complicadas como eso. O no debían serlo. Y si lo eran, alguna cosa fallaba, alguna pieza de todo el engranaje emocional que conforma una relación no acababa de encajar y quizá... Quizá no valía la pena buscarla.

"Las cosas pasan por alguna razón" se convencía, sentado en la soledad de su mente vacía y apagada. "¿Y si no pasan?" preguntó, en voz alta, mientras el eco retumbaba en el vacío. Si no pasan, también es por algo. Por llegar pronto, tarde, mal o... Porque no. Y ahondar en uno mismo para encontrar las razones que no dependen de él resulta en un acto estúpido, como pensar que todo hubiera sido mucho más fácil si una palabra hubiese sido dicha en el pasado antes de subir a la montaña rusa. 

De nada sirve. El tren en el que vamos subidos nunca desacelera, ni para, ni va para atrás. Se dirige, constante y decidido, hacia adelante. Siempre. Y perder tiempo, fuerzas, energías en intentar cambiar eso que uno no puede cambiar hace que nos perdamos las vistas actuales y que acabemos, con el tiempo, maldiciendo estos instantes perdidos, causantes de que, en un futuro, volvamos a llegar tarde de nuevo. Así que resulta más beneficioso asumir con resignación los hechos y mirar adelante que quedarse anclado en ellos intentando solucionar el pasado. 

Presionó la parte superior del bolígrafo y este marchó a dormir después de otra nueva noche de trabajo. Él se quedó un rato más despierto, mirando el manchado folio de papel, releyendo todo aquello que había ido escribiendo como por arte de magia, descubriendo cosas que no sabía que había plasmado, viendo entre líneas las conclusiones de todo aquello que subyacía tras las letras. E intentó sonreír, pero quizá era aún temprano. Miró hacia la ventana y creyó divisar el nacimiento del sol. 

El horizonte esperaba delante de él. 

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