Muchas veces me siento así. Perdido, náufrago en una isla en la que sólo estoy yo, rodeado de un mar de dudas, de miedos, de indecisiones, de decisiones mal tomadas. Un sitio en el cual, sorprendentemente, he encontrado una especie de comodidad inquietante. No sé si por costumbre o por miedo a salir y encontrarme algo peor. Ya lo dicen: más vale malo conocido que bueno por conocer. En mi caso, se cumple letra por letra. He aprendido a vivir en la incomodidad permanente del vacío, he conseguido amueblar mis dudas de tal manera que parezcan menos - en cantidad e importancia -, he escondido los miedos debajo de la primera palmera que encontré y ocultado mis indecisiones en las habitaciones de los castillos que construí en la arena. Un plan perfecto, excepto cuando ya no se puede ocultar nada más y todo salta.
Entonces, ese vacío, esa frustración permanente de vivir sin vivir, esa ansiedad por sentir, tocar, por emocionarse, sale a la luz. Y, ciertamente, me abruma. Pasa por encima de mí, como si fuera un tsunami. Me despierta de un bofetón duro, sonoro, acaba con mis no-sueños. Sólo en ese momento, te das cuenta de la realidad de las cosas, de que no puedes seguir haciendo lo mismo que hacías hasta este mismo instante, que debes cambiar, que ya está bien de pasar los días como si de páginas en blanco se tratarán, que ya has malgastado demasiados folios y que nunca volverán a estar disponibles para que escribas en ellos. Y, lo que es peor, en los que puedes escribir los dejas ir.
Surgen muchas preguntas, no contestadas. Qué hago aquí, por qué estudio algo que no me apasiona, qué espero hacer en mi futuro y por qué antepongo mi bienestar económico a lo que realmente me gusta. Aparecen los miedos, que te golpean fuerte, enfadados por haber estado tanto tiempo ocultos. Nunca puedes ocultar nada para siempre. Aparece el miedo a sentir, a comprometerse, a luchar, a enamorarse, a confiar en la gente. A vivir, en definitiva. Si tienes miedo a sentir, nunca podrás vivir otra vida que no sea levantarse agrio por la mañana y esperar a que caiga el sol para repetir el ciclo. Porque sin ilusiones, no hay razón para levantarse cada mañana. Y yo hace mucho tiempo que las perdí, no sé dónde, no sé por qué o por quién.
Así que continuo, sólo por curiosidad. Por saber qué me depara el nuevo día, por creer que quizá mañana será un buen día para comenzar a pensar de manera diferente, por sentir que en el futuro podré sentir, que dejaré de ser un espantapajaros motorizado y algo menos rígido. Por triste que sea, no me mueve más que la simple curiosidad. La vida te sorprende, dicen. Llego a creer ya que para que te sorprenda, tienes que forzarla a ello, igual que es más fácil que te preparen una fiesta sorpresa el día de tu aniversario que no un día aleatorio. Sigo esperando que llegue mi cumpleaños en la vida, ya que hoy me siento demasiado cansado para cambiar las cosas. Mañana, quizá. O el otro. Me quedan aún hojas en blanco por pasar, ¿no?. ¿Alguien me presta un bolígrafo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario