Las sensaciones nunca son fáciles de explicar. Parten ya de una premisa que podríamos llamar tramposa: todos somos diferentes, todos sentimos de manera diferente. Para más inri, no hay un estándar a la hora de adjetivar, lo que implica que lo que puede ser maravilloso para mí, sea normal para ti.
Miro esta imagen que acompaña a la entrada y me pierdo en ella, en sus detalles, en la calma de ese mar tranquilo, casi podríamos decir medio dormido esperando a que el sol acabe de irse. Pienso en esa barca, la que queda más difuminada por la distancia, y me pregunto si el hombre que aparece en ella será realmente consciente de la belleza de la imagen. No, estoy seguro de que no. Por regla general, no nos daríamos cuenta de la majestuosidad de una situación así hasta que alguien nos enseñara la instantánea de la misma. No sabemos aprovechar el momento. No vemos la belleza en aquello rutinario, aquello que vemos cada día, aquello que tenemos cerca.
También me fijo en ese pájaro que sobrevuela la escena, afortunado por poder presenciar algo así, por poder ver por encima de ese sol que, con la faena cumplida, se dispone a dar paso a la luna, ese almacén de sueños, deseos y esperanzas, esa luna a la que todos queremos mirar acompañados de la persona a la que más queremos, disfrutando ese sobrio brillo que desprende, esa belleza fría, distante, objetiva. Pura, al fin y al cabo.
También me fijo en ese pájaro que sobrevuela la escena, afortunado por poder presenciar algo así, por poder ver por encima de ese sol que, con la faena cumplida, se dispone a dar paso a la luna, ese almacén de sueños, deseos y esperanzas, esa luna a la que todos queremos mirar acompañados de la persona a la que más queremos, disfrutando ese sobrio brillo que desprende, esa belleza fría, distante, objetiva. Pura, al fin y al cabo.
Y me pregunto dónde estará un sitio así. Y, aún más, si podré verlo contigo.

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