viernes, 18 de febrero de 2011

Caída

Me levanté de la cama tras no dormir. Las horas habían conspirado con los años para pasar lenta y dolorosamente, obligando a cada segundo a eternizarse, de cada pensamiento fugaz una pausada reflexión. No tenía sueño. Quizá tampoco me acordé de él. Lo único que notaba era un entumecimiento extremo, físico y emocional, que no pudo ni reducir la - siempre milagrosa - ducha de agua caliente. No sentía el agua fría. Ni la caliente. 

No sentía nada. Y me pregunto si querría hacerlo. Entonces. Ahora. Mañana.

El día transcurrió entre voces lejanas, casi de otro mundo, sin eco. Olvidadas. Las ondas que se dirigían hacia mí volvían hacia su origen, sin respuesta. Sólo quería tumbarme, no hacía falta que fuera para dormir, hasta que pasara todo, si alguna vez llega a pasar. Sin embargo, ahí me encontraba yo, en una clase. Perdido. Y, en cierta medida, debía estar ahí, como si fuese una especie de castigo personal, como si la parte racional - esa que nunca nos abandona - quisiera regodearse de su victoria mientras buscaba la mejor entonación para bombardearme con el "¿no te lo dije? ¿quién tenía razón?".

La razón siempre acaba teniendo la razón. Me bajó sin paracaídas del cielo y arrastró por la realidad, haciéndomela comer, saborear su amargo gusto para que nunca, nunca más se me volviera a olvidar quién manda. La imaginación debe volar con cometa, atada en corto, nunca suelta, nunca más lejos de lo que pueda llegar a ver. No importa cuán bien quedaba en mi cabeza, cuán bien estuviera todo preparado, cuán bien estudiado cada detalle y posibilidad. La realidad siempre encuentra un atajo, un camino prohibido, se cuela entre los rincones de la inconsciencia y el deseo. Las cosas, por perfectamente planeadas que estén, no saldrán como en el papel.

Con la boca aún llena de realidad, sólo me queda comenzar de nuevo mi andadura por ese túnel tan conocido ya, en busca de la luz que parece huir cuando creo que la puedo finalmente atrapar. Ahora no veo nada. Me has apagado la luz, esa que nunca encendiste, y ahora debo encontrar la manera de poder crearla por mí mismo. Aunque sea con piedras. Esposado a la realidad, con el deseo volando bajo en la otra mano. Intentando sonreír.

No hay nada más duro que obligarse a sonreír. No hay nada más triste que una sonrisa fingida.

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