Vietnam, octubre de 1968. Se nos acaba el tiempo, a mí y a mi división. Ayer cayeron cuatro Action Mans y sólo quedamos 7: tres Power Rangers, aunque uno es el rosa y, por tanto, no cuenta; un peluche con forma de dinosaurio con heridas que, a no ser que lleguen refuerzos con algodón, posiblemente no pasará de esta noche; un furby negro que lleva entre su pelaje una foto de su novia embarazada; y, por último, un bote de Colacao de 800 gramos.
No te quiero engañar. La moral está por los suelos. Nos quedamos sin pintura para hacer las balas hace ya 3 días y desde entonces sólo estamos huyendo del enemigo, ese ejército liderado por Pin y Pon y sus colegas de ojos achinados. Dominan los bosques y tienen pokemones de tipo hierba que son muy efectivos contra nuestros pokemones acuáticos, de los cuales dependemos para desplazarnos por el mar. Hemos sufrido muchos golpes críticos.
Estamos jodidos.
Y pienso en Polly, aún en América, esperándome, junto con John Edward Johnson of all the Saints, mi hijo negro. Y cada vez veo más claro que nunca podré disfrutar del milagro que supuso que, siendo los dos blancos, él naciera con ese extraño color. Tampoco podré acostumbrarme a verlo crecer y pedirle cosas sin darle un sueldo, para que se vaya acostumbrando a su trabajo adulto para el cual su genética lo ha predispuesto. Y lloro al pensar que posiblemente no estaré cuando cante su primera canción hip-hop o cuando se pruebe su primera camisa de tirantes blanca con la que caminará elegantemente por las calles o cuando compre su primera cadena de oro.
¡MIERDA! ¡MALDITOS COMUNISTAS! ¡Pagaréis por esto! ¡Y juro por Dios que acabaréis comiendo todos en un McDonalds!
No hay comentarios:
Publicar un comentario