sábado, 5 de marzo de 2011

Percepciones

Estaba llegando a casa cuando escuchó un ruido detrás. Volvió levemente la cabeza, sin poder apreciar nada en la prácticamente absoluta oscuridad que reinaba, interrumpida por destellos de un fluorescente que se resistía a su inevitable destino. Parecía el ambiente perfecto de una película de terror: luz que va y viene, ruidos inclasificables, noche cerrada y ni un alma en las calles. Ese pensamiento de estar protagonizando su propio show de Truman versión terror hizo que sonriera y negara con la cabeza. Ya era mayor para estas cosas.

Giró en la esquina y se sobresaltó. Había una bolsa de basura tirada en el suelo interrumpiendo el paso. Se maldijo mil veces por asustarse e hizo lo propio con los autores de un acto así de cívico. Intentó tranquilizarse pero por unos segundos lo único que podía escuchar era el sonido acelerado de su corazón. Bajó las escaleras, aún aturdido por el susto, cuando volvió a escuchar el mismo ruido que anteriormente lo había inquietado. Se giró y esta vez sí pudo ver un ligero movimiento. Quizá era por la intermitencia de la luz del fluorescente.

O quizá no.

Comenzó a caminar más deprisa, mirando atrás de vez en cuando. Estaba, a lo sumo, a un par de minutos de la puerta de casa. Además, era imposible que hubiera alguien persiguiéndolo. La lógica estaba comenzando a ganar el pulso a la irracionalidad cuando el ruido volvió, más intenso y cercano que nunca, unido a la percepción, por el rabillo del ojo, de que algo se estaba moviendo detrás suyo. 

Había alguien. Seguro. 

Desancló la lógica y aceleró el paso hasta correr de manera indisimulada, como si estuviera en una carrera de los 100 metros lisos. No miró atrás, cosa que lo volvería más lento. El ruido seguía presente y se repetía cada vez con más frecuencia e intensidad. Sacó la llave en carrera sin tropezar en el intento milagrosamente. La puerta estaba cada vez más cerca pero tenía la impresión de que no llegaría a casa. Lo cogerían y...

Llegó a la puerta, introdujo la tarjeta, aún a sabiendas de que nunca se abría a la primera. Sus esperanzas eran nulas hasta que vio iluminarse el piloto verde que indicaba la abertura de la cerradura. Asió el tirador y entró casi saltando a casa, cerrando la puerta tras de sí con un portazo y apoyando la mochila que cargaba en su espalda contra ella por si su perseguidor quería entrar por la fuerza. Estaba en un punto en el cual creía que si podía librarse de la otra persona no podría escapar del ataque de corazón, quedando de esa manera su destino decidido de igual manera hiciera lo que hiciera. 

Los segundos pasaron y los latidos disminuyeron ligeramente, permitiéndole volver a escuchar de nuevo lo que pasaba en el exterior. Creyó escuchar de nuevo ese sonido, pero no supo si era real o si se lo estaba imaginando. De repente, dudó de si se había imaginado todo en primera instancia. Puede ser que no hubiera ningún ruido o que fuera algún gato o alguien en el interior de su casa. Al fin y al cabo, el pensamiento de que alguien le hubiera estado siguiendo era absurdo. Todo se lo había imaginado, no cabía otra explicación.

Ya algo más tranquilo y notando cómo se disolvía el frío de sus extremidades y el sudor de su frente, notó sus piernas flaquear y se deslizó por la puerta, cayendo sentado al suelo. Allí mismo, fue víctima del sueño que lo había invadido tras expulsar la tensión de los minutos previos. La cama estaba a dos metros pero esa era, en ese instante, una distancia inabarcable. 

Dentro de su mochila, el teléfono volvió a vibrar como había hecho repetidas veces durante los minutos previos.

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