Caen las primeras gotas en la ventana y, rápidamente, comienzan a acumularse en ella como una suerte de mosaico. Hipnotizante. El silencio que inunda el comedor es interrumpido por el traqueteo constante de las gotas. Nota que va perdiendo el control de sus ojos, encandilados por una lluvia que siempre fue superior a él. Alguna de las primeras gotas empieza a deslizarse por la ventana y piensa en cuál será el mecanismo de selección por el cual algunas gotas caen antes que las otras, por qué gotas alejadas pueden caer a la vez y dos cercanas pueden despedirse en tiempos tan distintos.
Sigue mirando pero ya ha dejado de ver. Sus ojos han perdido la vida y siguen abiertos por pura rutina. La mente vuela mientras el sonido de la lluvia golpeando la ventana se va diluyendo, irónicamente, y sonando cada vez más lejano. Apaga la luz de la vida, se baja del mundo unos instantes. Comienza a ver una nube de imágenes poco certeras, momentos difusos, gente, mientras el negro se esfuerza por tapar todos los fotogramas. Es una batalla perdida y se deja vencer, con asombrosa facilidad.
Parpadea rápidamentes y vuelve a la realidad. Calcula que se habrá ido durante unos 10, quizá 15 segundos. Su conciencia le envía las noticias de superación: las imágenes difusas, la falta de concreción, la ausencia de emoción alguna... Todo ello son buenas noticias. ¿O no? ¿Dejar de sentir alguna vez fue bueno? Quizá en este caso sí. De hecho, está seguro de ello. Quiere sonreír ante la buena noticia, pero tampoco lo siente. Una parte quiere recordar para volver a sentir, pero tampoco siente querer sentir. Sólo dejar pasar el tiempo bajo la lluvia de marzo.
Sin realmente ser consciente de sus actos, se levanta, camina hacia la puerta y sale a través de ella hacia la calle. Nota como las gotas rápidamente impactan en la totalidad de su cuerpo, empapándolo en cuestión de segundos. Levanta la vista al cielo, gris, y cierra los ojos. Deja pasar los segundos en la intimidad de la naturaleza, en el desierto de la civilización. Escucha el silencio y el goteo del tiempo, incesante, retumba en su cabeza sin despertar ruido. El eco de la nada lo ensordece. La lluvia, camuflada entre las gotas, consigue calar un mensaje. "Hay batallas que sólo gana el tiempo". Cierra el puño.
Siente, esta vez sí, que gana. Sabe que va a ganar. Que está ganando. Que quizá, incluso, ya ha ganado. O puede que sólo sea la lluvia, capaz de zarandearlo por las alturas después de haber limpiado el suelo con él. ¡Da igual! En ese instante sabe, por primera vez, que es posible.
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