Quizá no todo es tan complicado como a veces pensamos. Quizá las cosas sean más simples, aplicando al extremo la navaja de Ockham. Puede que, más allá de intentar ver los mil ángulos de una fotografía, sólo debamos quedarnos con la frontal. Puede ser que tampoco haga faltar buscar en lo que no se dijo, en lo que se perdió, escarbar en los silencios. Quizá sólo baste con lo que se dijo. Y aún así...
Me sorprendo, de nuevo, esclavizado. O ya no es sorpresa. ¡Qué fácil es pensar las cosas y qué complicado llevarlas a cabo! Y me dejo llevar, encantado, por los caminos que se generan, por arte de magia, cuando aparece. Cualquier otro pensamiento, cualquier otra voluntad en contra de mi voluntad, cualquier otro deseo impuesto se desvanece al ritmo de su voz, al compás de su sonrisa, al son de su risa. Quedo anestesiado de una felicidad mentirosa, de un sueño no comenzado, de un futuro imposible. Anestesia que sólo marcha, como cualquier otra, a las horas de su aplicación, dejando una sensación rara, no desagradable.
De todas formas, dejando de lado todo lo demás - si es que algo así se puede hacer -, las piezas vuelven a encajar todas en el puzzle. Y me alegra ver cómo se van solucionando las cosas; cómo las caras tristes se van tornando, poco a poco, en algo más felices; cómo la rutina vuelve, de nuevo, a imponerse. Y quizá todo lo que quiera es sentarme, ponerme las manos en la cabeza y mirar al suelo un largo rato, incluso probar la resistencia del material con el que esté hecho con mi frente. ¡Yo qué sé, si sólo sé lo que no quiero saber! Pero reconforta saber que hay una mano esperando para cuando pueda, al fin, cogerla.
O cuando quiera.
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