sábado, 26 de febrero de 2011

D

Noté que estaba sonriendo y me sorprendí por ello. Levanté levemente la cabeza para ver la hora. Aún no eran las 9. Al bajar la mirada mis ojos se cruzaron con los del hombre que tenía justo enfrente, que mantenía una cara mezcla de cansancio mezcla de sorpresa. No esperas ver sonreír a nadie mientras se ejercita en una máquina de un gimnasio. Los recuerdos pueden ir y volver a cualquier hora, en cualquier circunstancia, bajo cualquier techo, incluso en condiciones de poco oxígeno. 

Incluso el último día.

Horas antes, otras imágenes sin cambiar de protagonista secuestraban mi cabeza y jugaban conmigo. Reconstruir escenas pasadas en el futuro es una tortura que debería estar prohibida. El pasado es subjetivo, el futuro no existe, el presente es efímero. Ahora quizá todo es más fácil de ver. En ese instante, aún con el síndrome de Estocolmo, creí entender del murmullo de alrededor el título de una película: 'La vida es bella'. Bajé la mirada hacia la mesa y negué levemente con la cabeza, mientras se me escapaba una media sonrisa. "Casi", pensé. Casi. 

La vida es ella. 

La noche acabó de arrojar luz sobre el asunto, dejando al descubierto todas las mentiras con las que durante meses conviví, dormí y soñé. Las que estuvieron conmigo incesantemente desde que esta historia de un sólo actor con demasiadas personalidades comenzó. Todas cayeron. Una detrás de otra. Incluso creí escuchar el ruido de su derrumbe en mi cabeza, como si estuvieran hechas de hormigón armado. Sólo la verdad podía acabar con ellas. Ya no había excusas. Ya no había 'y si' posibles. Todos se escondieron entre los escombros de sueños y recuerdos de dudosa credibilidad. 

Era el fin.

"No todo sale como queremos" o "no podemos tener todo lo que deseamos" resonaban en el vacío de mi mente, despoblada de todo lo que solía vivir ahí minutos antes. Y adquirían sentido, mágicamente, de la más estricta nada. El silencio - ¡esos silencios! - era más significativo que nunca. La punzada en el corazón, inevitable, como en todas las despedidas. La melancolía al pensar que su sonrisa - ¡cómo me gustaba verla sonreír! - no podría volver a significar lo mismo. 

Y, sin embargo, sentí cierto alivio. Ninguna historia es completa sin un desenlace. Nadie deja una trama antes del final. Mi mente se aferraba a eso, a la intriga de un final incierto, a un último giro del argumento, a un final feliz y completo. Perfecto. Como en las películas. Ahora ya se dejará de rodar en mis sueños, podrá volver la realidad al casting y comenzará una nueva película. Otra más. No sé cuándo comenzará, quién actuará y cómo acabará, pero ahora eso no importa.

"Tiempo". Pues eso. 

1 comentario:

  1. Aunque nos gustaría, no siempre salen las cosas bien, y hay que estar preparados para reconstruir de nuevo la ilusión a partir de los trozos que quedaron de decepciones anteriores. La vida en ocasiones te da golpes, pero la experiencia me dice que todo es superable y, sin dudarlo, el Sol volverá a salir mañana, y hay que estar preparados para un nuevo día, disfrutar de lo que tenemos y lo que queda por venir.

    Como bien has dicho: tiempo al tiempo. No dejes de apoyarte en los tuyos y sonríe, sonríe porque continúas teniendo demasiadas razones para hacerlo :)

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