La madrugada, el café o el flexo que brilla incansablemente, qué sé yo, me traen de vuelta a casa. Esbozo una media sonrisa al recordar, en estos momentos, esos juegos de la infancia en los que podías decir ¡casa! y ya nada pasaba. ¡Cómo ha llovido desde entonces! La simplificación - felicidad - máxima de los niños de que casa es sinónimo de tranquilidad, inalterabilidad. Seguridad. Tiempos que no volverán, casas que nunca fueron un remanso de paz.
Dejo atrás durante unos instantes al ejército de apuntes que me escolta a cada paso que doy. Incluso sin moverse, siempre dan con la forma de estar presentes en cada segundo. Los he despistado con la falsa sensación de haber acabado, aún sabiendo que si alguien me preguntara por la última frase escrita sólo podrían responder mis hombros. NS/NC como respuesta para todo. Como lema. Indecisión como traje a medida, como una segunda piel.
Echo de menos la rutina, levantarme a una hora determinada por obligación, ver, oir y sentir a la gente alrededor, olvidar que mi único compañero en esta habitación es el leve y constante sonido que hacen los incansables ventiladores del ordenador. ¡Quién tuviera su constancia! Me doy cuenta de que no puedo seguir mucho más así al encontrarme que, por un instante, he deseado ser ventilador de ordenador. Mal asunto.
Y aún quedan tres largas - eternas - semanas. Esto no puede acabar bien.
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