¿Quién no tiene sueños? Vale, dejemos a la audiencia psicópata a un lado o, como diría Jesucristo, "bienaventurados sean aquellos que no sueñan". Sí, bienaventurados. ¿Que por qué? Porque se ahorran muchas horas de tonterías y especulaciones. Los sueños nos distraen, nos nublan. Ellos no sueñan, no tienen que despertarse al día siguiente con expresión confundida y pensar "Vale, ¿qué coño ha sido esto?".
Porque sí, es cierto que muchos sueños no los recordamos. Incluso los que recordamos se desvanecen pronto, como los que salen a correr una maratón en Sevilla en verano, pero hay algunos que se quedan. Y no se van los malditos. Ya les puedes echar cualquier disolvente que se te ocurra que seguirán ahí enquistados, jodiéndote la existencia. ¿Nunca te ha pasado? Quieres buscar la explicación hasta del sueño más tonto, ese que parece inocente pero que tú sabes que no, que guarda algo ahí detrás, en su baúl (de los recuerdos, oooh) y quieres descubrirlo.
Y pobre de ti que lo hagas, porque entonces es peor. Entonces te das cuenta de lo que verdaderamente significaba ese sueño. Por ejemplo: si en tu sueño vas a comprar (sí, tengo sueños muy estúpidos) y te dan mal el cambio, significa que sueñas con robar. No lo digo yo, lo dice un estudio de la Universidad de Georgetown. Ahí estuvo Aznar, no pueden estar equivocados.
Lo que quiero decir es que no tenemos que buscar la explicación a las paranoias extrañas que cruzan nuestra cabeza cada noche. Sí, no debemos hacerlo, porque de otra manera descubriremos lo que realmente queremos. ¿Y quién quiere saber qué quiere en la vida con lo divertido que es ir dando tumbos? Imagínate la situación: un día tienes un sueño raro, descubres su fondo, y te das cuenta que lo que realmente quieres en la vida es comprar una bolsa de Lacasitos. La compras, te la comes, ¿y ahora qué? ¿Qué harás con tu vida ahora que has conseguido tu sueño?
Nada, nada. A los sueños, ni caso. Quién fuera psicópata...
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