Una de las ventajas, a primera vista, de ser hombre, se da cuando entras en un lavabo. Esa tranquilidad que da no tener que sentarse en cualquier lavabo público es una de las razones por las que 9 de cada 10 hombres prefieren ser hombres (siempre hay algún descarriado antisistema). Pero esa virtud aparente desaparece rápidamente al entrar a ese santuario de las excreciones o meódromo, como lo llamaban nuestros antepasados romanos.
Los lavabos masculinos podrían ser declarados, en cualquier instante, Patrimonio de la Humanidad por su diversidad biológica. De hecho, científicos de todo el mundo han dejado de buscar microorganismos en lugares perdidos de la mano de Dios para centrarse en sacar muestras de aseos ubicados en zonas públicas. Tenemos el testimonio de un reputado científico americano, llamado George Cientificoson, que confirmó lo arriba expuesto con unas escuetas declaraciones "en media hora en un lavabo de una universidad anónima y autónoma de Barcelona se descubrieron más bacterias que en 20 años de investigación".
Esa es razón suficiente como para que los hombres miren de lejos la maldita tapa del váter. Mujeres del mundo, no os llevéis a engaño: los hombres no mean de pie por comodidad, sino porque nadie tiene cojones a sentarse. Si dejas una madalena en la tapa del váter, es probable que en 5 minutos, y sin entrar nadie, ya haya desaparecido, ingerida por microorganismos superinteligentes que juegan al Uno en sus ratos libres.
Actualmente, Stephen Hawking ha dejado de mirar al espacio para encontrar agujeros negros. El futuro está en los lavabos.
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