Deslizo suavemente mis dedos por todas las letras del teclado, esperando que éste me conteste. Una vibración, una pulsación, algo con lo que comenzar, una letra a partir de la cual desarrollar una idea. No viene, así que sigo aporreándolo, escribiendo palabras sueltas a las que intento dar sentido, conectarlas. Vivo de fogonazos cortos y rachas de inspiración fugaces que se me escurren entre los dedos antes de poder plasmarlas en papel o en el monitor. Y eso puede conmigo.
Realmente hay algunas cosas que me molestan, pero si tuviera que coger una, sin duda sería mi poca constancia a la hora de ponerme delante del blanco absoluto. Pánico a la hoja del Word, pánico a un folio, pánico al sentarme para escribir. Me encanta escribir, es la cosa que más amo en el mundo y quizá también sea la que más odie. No hay nada que me llene más que escribir, pero no hay frustración peor para mí que la de ponerme delante de un folio en blanco y no poder atacarlo. Cada palabra borrada es una pequeña puñalada.
Uno de mis sueños siempre ha sido escribir una novela. Llevo muchos años con esa idea, con ese objetivo. Llevo muchas más páginas escritas, muchas historias dejadas a las 20 páginas, pocas que hayan pasado esa cifra. Sin embargo, todas, sin excepción, han acabado en la papelera. No porque no supiera como seguir ni porque la idea no me agradara, sino porque quiero que hasta la frase más pequeña sea perfecta, quiero que cada palabra sea la adecuada y que cada párrafo tenga su propia idea, su contenido, que sea tan genial como el anterior. Y eso se me hace imposible cuando la novela va cogiendo longitud. Reviso mil veces lo escrito y cada vez me gusta menos, cada vez veo menos claro lo que quería decir y comienzo a borrar, a sentir esas pequeñas puñaladas clavándose en mi pecho, hasta que no puedo más y la borro entera.
Pienso mucho en ello y me he dado cuenta que soy totalmente incapaz de escribir una novela o de aportar algo por encima de la mediocridad a un mundo que quiero tanto como es el de la literatura. Si no tienes nada bueno que decir, no digas nada. Y aquí me he quedado, en mi pequeño rincón, volcando mis frustraciones y mis palabras en un blog, el cual tiene fecha de caducidad. Porque llegará también el momento en que no me guste nada de lo que escriba aquí, y lo iré dejando. Porque escribir es un placer y no una obligación, y porque nunca querré admitir que lo más lejos que voy a llegar es a tener un blog más o menos decente y nunca una novela. El orgullo no me dejará admitirlo, con la tortura que supone.
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